UN NUEVO LIBRO SOBRE
LA ORDEN DE LOS ELEGIDOS COHEN
Capitulo V
ESTUDIOS SOBRE LA
FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO
René Guénon
René Le Forestier, que se ha especializado
en estudios históricos sobre las organizaciones secretas de la segunda mitad del
siglo XVIII, sean masónicas u otras, publicó hace algunos meses una importante
obra sobre La Franc-Maçonnerie occultiste au XVIII siècle et l’Ordre des Elus-Cohen”.
Hay que especificar una pequeña reserva
sobre el título, porque el vocablo “ocultista”, que no parece haber sido usado
nunca antes de Eliphas Levi, se presenta dentro de la publicación un poco como
un anacronismo; quizás hubiera sido mejor emplear otra palabra, y esto no es una
simple cuestión de terminología, ya que lo que se denominó más precisamente
“ocultismo”, de hecho no es sino un producto del siglo XIX.
La obra está dividida en tres partes. La
primera trata de “las doctrinas y prácticas de los Elegidos Cohen”; la segunda
de las relaciones entre “los Elegidos Cohen y la tradición ocultista” (y aquí,
el término “esotérica” hubiera sido mucho más apropiado); la tercera finalmente
trata “de la organización y de la historia de la Orden”.
La parte específicamente histórica está muy
bien realizada, y se apoya sobre un serio estudio de la documentación que logró
reunir el autor, por lo que no podemos menos que recomendar su lectura. Lo único
que lamentamos son algunas lagunas respecto de la biografía de Martines de
Pasqually, de la que quedan algunos aspectos oscuros. De todas maneras, el
“Voile d’Isis” publicará una nueva documentación al respecto que quizá pueda
contribuir a esclarecerlos.
La primera parte constituye una excelente
visión de conjunto del contenido del Traité de la Réintégration des
Êtres, obra mas bien confusa, redactada con estilo incorrecto, y que además
quedó inconclusa. No era sencillo extraer de ella una exposición coherente, y
debemos congratularnos con Le Forestier por haberlo logrado. De todas maneras
subsiste cierta ambigüedad en lo referente a la naturaleza de las “operaciones”
de los Elegidos Cohen: ¿eran éstas verdaderamente “teúrgicas” o solamente
“mágicas”? Parecería que el autor no comprende que se trata de dos cosas
esencialmente distintas, no pertenecientes a un mismo orden. Puede ser que dicha
confusión ya haya existido entre los mismos Elegidos Cohen, cuya iniciación
parece haber permanecido mas bien incompleta en muchos aspectos, pero hubiera
sido oportuno destacar este hecho. Por nuestra parte consideramos que, al
parecer, se trataba de un ritual de “magia ceremonial” con pretensiones de
teúrgia, lo cual dejaba la puerta abierta a más de una ilusión; y la importancia
que se atribuía a simples manifestaciones “fenoménicas”, porque lo que Martines
llamaba “pases” no eran otra cosa, prueba efectivamente que la esfera de la
ilusión no había sido dejada atrás. Lo más peligroso de este asunto, nos parece,
reside en que el fundador de los Elegidos Cohen haya podido creerse dueño de
conocimientos trascendentales, cuando en realidad se trataba solamente de
conocimientos que, aunque fueran reales, revestían características relativamente
secundarias. Además, en él, y por las mismas razones, debía de persistir todavía
cierta confusión entre lo “iniciático” y lo “místico”, puesto que las doctrinas
que expone toman siempre un carácter religioso, al par que sus “operaciones”
están absolutamente alejadas de dicho carácter. Es lamentable que Le Forestier
aparentemente acepte tal confusión, y no tenga una idea clara sobre la
distinción existente entre ambos puntos de vista. Por otra parte hay que
puntualizar que lo que Martines llama “reintegración” no sobrepasa las
posibilidades del ser humano individual, lo cual es evidente para el autor, pero
se podrían haber extraído consecuencias muy importantes sobre las limitaciones
de las enseñanzas que el jefe de los Elegidos Cohen podía trasmitir a sus
discípulos, y en consecuencia del grado de “realización” a la que podía llegar a
conducirlos.
La segunda parte nos parece la menos
satisfactoria, quizás a su pesar, Le Forestier no tuvo siempre la capacidad de
liberarse de cierto espíritu que podríamos calificar de “racionalista”, lo cual
probablemente sea imputable a su formación universitaria. Dada la existencia de
ciertas semejanzas entre las diversas doctrina tradicionales, no debe concluirse
necesariamente que haya habido “préstamos” o influencias directas entre ellas:
dondequiera que se expresen las mismas verdades es normal que existan tales
similitudes, lo cual es válido particularmente en todo lo referente a la ciencia
de los números, cuyos significados no provienen en lo más mínimo de un invento
humano o de una concepción más o menos arbitraria.
Lo mismo se diga respecto de la astrología,
que trata de leyes cósmicas que no dependen de nosotros, y no vemos por qué
motivo todo lo que a ellas se refiera debería haber sido tomado de los Caldeos,
como si éstos hubieran poseído originalmente el monopolio de tales
conocimientos. Lo mismo puede decirse de la angelología, que, por lo demás, se
relaciona bastante directamente con la astrología, y que no podemos, a menos de
aceptar todos los “prejuicios” de la crítica moderna, considerar que fuera
ignorada por los Hebreos hasta la época del cautiverio babilónico. Agreguemos
además que Le Forestier no parece poseer una noción totalmente correcta de la
Kábbala, nombre que, en el sentido más amplio, significa simplemente
“tradición", y que él asimila a veces con una modalidad particular de la
redacción escrita de tales o cuales enseñanzas, hasta llegar a decir que “la
Kábbala nació en la parte sur de Francia y en la septentrional de España”, y de
fechar sus comienzos en el siglo XIII: también aquí el espíritu “crítico”, que
ignora por anticipado cualquier transmisión oral, va demasiado lejos.
Anotamos finalmente una última cuestión: la
palabra Pardes (que es, como ya explicamos en otras ocasiones, en
sánscrito Paradêsha, “región suprema”, y no una palabra persa que
significa “parque de los animales”, lo que no nos parece que tenga mucho
sentido, no obstante la similitud con los querubines de Ezequiel) no designa de
ningún modo una simple “especulación mística”, sino más bien la obtención real
de un determinado estado que es la restauración del “estado primordial” o
“edénico”, lo que no deja de presentar estrecha similitud con la “reintegración”
tal como la consideraba Martines.
Hechas todas estas reservas, es indudable
que la forma con la que Martines ha revestido su enseñanza es de inspiración
propiamente judaica, lo que no implica necesariamente que él tuviera un origen
judío (éste es uno de los puntos que no ha sido suficientemente aclarado
todavía), ni tampoco que no haya sido sinceramente cristiano. Le Forestier tiene
razón de hablar a este respecto de “Cristianismo esotérico”, pero no vemos el
porqué debería denegarse a las concepciones de este orden el derecho de
proclamarse auténticamente cristianas. Atenerse a las modernas ideas de una
religión exclusiva y restringidamente exotérica equivale a despojar al
Cristianismo de todo sentido verdaderamente profundo, y significa también
desconocer toda la diversidad que hubo en el Medioevo, de la cual posiblemente
percibimos los últimos reflejos, ya muy apagados en organizaciones como la de
los Elegidos Cohen.
Somos bien conscientes de lo que aquí pone en aprietos a nuestros
contemporáneos: su preocupación de reducir todas las cosas a una cuestión de
“historicidad”, preocupación que actualmente parece común tanto a los
partidarios como a los adversarios del Cristianismo, pese a que tales
adversarios fueron sin duda quienes por primera vez llevaron la discusión a ese
terreno. Digámoslo bien claramente: si el Cristo debiera ser considerado
únicamente como un personaje histórico, ello sería bien poco interesante. La
consideración del Cristo-principio asume una importancia de otra índole, y
además, una no excluye en absoluto a la otra, porque, como ya dijimos
repetidamente, los hechos históricos tiene en sí mismos un valor simbólico, y
expresan los principios a su manera y a su nivel. No podemos por el momento
insistir más sobre este punto, que por otra parte nos parece suficientemente
claro.
La tercera parte está consagrada a la
historia de la Orden de los Elegidos Cohen, cuya existencia efectiva fue más
bien breve, y a la exposición de lo que se conoce de los rituales de sus
diferentes grados, que no parecen haber sido nunca completamente terminados y
“puestos a punto”, del mismo modo que aquellos de las “operaciones”. Quizá no es
muy exacto llamar “escoceses”, como lo hace Le Forestier, a todos los sistemas
de altos grados masónicos sin excepción, ni tampoco catalogar de alguna manera
como una simple máscara aquel carácter masónico que Martines otorgó a los
Elegidos Cohen. Pero profundizar las discusiones en torno a este asunto nos
llevaría demasiado lejos.
Queremos solamente llamar la atención más
especialmente sobre la denominación de “Réau-Croix” dada por Martines al grado
más elevado de su “régimen”, como se decía entonces, y en la que Le Forestier no
quiere ver más que una imitación o sin más una falsificación de aquella de
“Rosa-Cruz” (“Rose-Croix”). Para nosotros se trata de algo más. En la intención
de Martines, el “Réau-Croix” debía ser, al contrario, el verdadero “Rosa-Cruz”,
mientras que el grado que llevaba tal denominación en la Masonería ordinaria era
nada más que “apócrifo”, siguiendo una expresión que utilizaba frecuentemente.
Pero ¿de dónde proviene éste tan extravagante de “Réau-Croix”, y cuál puede ser
su significado? Según Martines el verdadero nombre de Adán era “Roux”
(pelirrojo) en lengua vulgar y “Réau” en hebreo, que significaba “Hombre-Dios
muy fuerte en sabiduría, virtud y potencia”, interpretación que a primera vista
al menos parece de fábula. La verdad es que Adam significa de hecho y
literalmente “rojo”: Adamah es la arcilla roja, y Damah es la
sangre, que es igualmente roja. Edom, nombre que se le dio a Esaú,
también tiene el sentido de “rojo” (pelirrojo). Este color es frecuentemente
tomado como símbolo de fuerza o potencia, lo que justifica en parte la
explicación de Martines. Por lo que hace a la forma “Réau” con toda
seguridad no tiene nada de hebraico, pero pensamos que hay que ver allí una
asimilación fonética con la palabra Roeh “vidente”, que fue la primera
denominación de los profetas, y cuyo verdadero sentido es en todo comparable con
el del sánscrito rishi. Como ya indicamos en varias oportunidades,
este tipo de simbolismo fonético no tiene nada de excepcional, y no sería de
extrañar que Martines se hubiera servido del mismo para aludir a una de las
principales características inherentes al “estado edénico”, y, consecuentemente,
para significar la posesión de dicho estado. Si es así, la expresión “Réau-Croix”,
con el agregado de la Cruz del “Reparador” al primer nombre “Réau”, indica, en
el lenguaje utilizado en el Tratado de la Reintegración de los Seres, “el
menor restablecido en sus prerrogativas”, vale decir, el “hombre regenerado”,
quien efectivamente es el “segundo Adán” de San Pablo, y que también es el
verdadero “Rosa-Cruz”.
En realidad no se trata entonces de una imitación del término “Rosa-Cruz”, del
que por otra parte hubiera sido mucho más sencillo apropiarse lisa y llanamente
como tantos otros hicieron, sino de una de las numerosas interpretaciones o
adaptaciones a los que éste puede dar legítimamente. Lo que naturalmente no
quiere decir que las pretensiones de Martines en lo que se refiere a los efectos
reales de su “ordenación de Réau-Croix” estuvieran plenamente justificadas.
Para terminar este demasiado sumario
examen, señalemos todavía un último punto: Le Forestier tiene plena razón de ver
en la expresión “forma gloriosa”, frecuentemente empleada por Martines, y en la
cual “gloriosa” es de algún modo sinónimo de “luminosa”, una alusión a la
Shekinah (que algunos viejos rituales masónicos, por curiosa deformación,
llaman el Stekenna.
Lo mismo puede aplicarse a la expresión “cuerpo glorioso”, que es corriente en
el Cristianismo, inclusive en aquél exotérico y ello desde San Pablo: “Sembrado
en la corrupción, resucitará en la gloria...”, y también de la denominación de
la “luz de gloria”, en la cual, según la teología más ortodoxa, se opera la
“visión beatífica”. Esto demuestra que no existe oposición alguna entre
exoterismo y esoterismo, sólo hay una superposición de éste sobre aquél, siendo
el esoterismo el que confiere a las verdades expresadas de forma más o menos
velada por el exoterismo, la plenitud de su sentido superior y profundo.
Publicado originalmente en “Voile d’Isis”,
París, diciembre de 1929.
NOTAS
A tal propósito hemos advertido una confusión asaz divertida en una de las
cartas de Willermoz al Barón de Türkheim publicadas por Emile Dermenghem a
continuación de los “Sommeils”: Willermoz protesta contra la afirmación según
la cual el libro Des Erreurs et de la Verité de Saint Martin decía que
“provenía de los Partos". Lo que tomó por el nombre de ese pueblo, que
efectivamente nada tenía que ver con el tema, es evidentemente la palabra
Pardes, que sin duda le era totalmente desconocida. Ya que el Barón de
Türkheim había hablado a tal propósito “del Parthes, obra clásica de
los cabalistas”, y que nosotros pensamos que en realidad debe tratarse de la
obra titulada Pardes Rimonin.
En lugar de “Cristianismo esotérico” sería sin embargo más correcto decir
“esoterismo cristiano”, es decir, tomando como base el Cristianismo, para
indicar así que aquello de que se trata no pertenece al ámbito de la religión.
Naturalmente la misma observación es válida para el esoterismo musulmán.
A propósito de los diversos sistemas de altos grados, nos hemos visto un
poco sorprendidos al ver que se atribuye “a la aristocracia de nacimiento y de
dinero" la organización del “Consejo de Emperadores de Oriente y de
Occidente”, cuyo fundador parece haber sido muy simplemente “el señor Pirlet,
sastre”, como señalan los documentos de la época. Por más que Thory haya
estado mal informado sobre ciertos puntos, no puede sin embargo haber
inventado esta indicación (Acta Latomorum, tomo I, pag. 79 )
Le Forestier señala además otro ejemplo en el mismo Martines: se trata de la
asociación que establece, por una especie de anagrama entre “Noaquitas” y
“Chinos” (el efecto fonético resulta mucho más significativo en francés:
“Noachites” y “Chinois”, N.del T.)
La Cruz es además, por sí misma, el símbolo del “Hombre Universal”, y
podemos decir que representa la forma misma del hombre reintegrado en su
centro original, de donde ha sido separado por la “caída”, o, según el
vocabulario de Martines, por la “prevaricación”.
La palabra “gloria”, aplicada al triángulo que contiene el Tetragrama y
aureolado de rayos, que aparece en las iglesias tanto como en las logias, es
efectivamente una de las denominaciones de la Shekinah, tal como lo
hemos explicado en El Rey del Mundo.
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