UN PROYECTO DE JOSEPH
DE MAISTRE PARA LA UNIÓN DE LOS PUEBLOS
Capitulo iII
ESTUDIOS SOBRE LA
FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO
René Guénon
Emile Dermenghem, a quien ya debíamos un
notable estudio sobre Joseph de Maistre mystique, ha publicado un
manuscrito inédito del mismo autor. Se trata de un memorial dirigido en 1782 al
duque Ferdinand de Brunswick (Eques a Victoria), Gran Maestre del Régimen
Escocés Rectificado, con ocasión de celebrarse la Asamblea General Masónica de
Wilhelmsbad. El duque, deseoso de “instaurar el orden y la sabiduría en la
anarquía masónica”, había dirigido en septiembre de 1780 el siguiente
cuestionario a todas las Logias de su obediencia:
“1º ¿ha tenido la Orden por origen una
sociedad antigua, y cuál fue tal sociedad? 2º ¿Existen realmente los Superiores
Incógnitos, y quiénes son? 3º ¿Cuál es la verdadera finalidad de la Orden? 4º
Dicha finalidad ¿es la restauración de la Orden de los Templarios? 5º ¿De qué
modo deben organizarse el ceremonial y los ritos para que sean lo más perfectos
posible? 6º ¿Debe la Orden ocuparse de las ciencias secretas?” Para responder a
dichas cuestiones Joseph de Maistre compuso un memorial particular, aparte de la
respuesta colectiva de la Logia “La Perfecta Sinceridad” de Chambéry a la que
pertenecía, y donde en su carácter de “Gran Profeso” o miembro del más alto
grado del Régimen Rectificado (con el nombre de Eques a Floribus) se
proponía expresar “los puntos de vista de algunos Hermanos más acertados que
otros, que parecían destinados a contemplar verdades de orden superior”. Este
memorial, como dice E. Dermenghem, es asimismo “la primera obra importante que
haya surgido de su pluma”.
Joseph de Maistre no admite el origen
templario de la Masonería, y aún desconocería el real interés de la cuestión.
Llega incluso a escribir: “Qué le importa al universo la destrucción de la Orden
del Temple?” Sin embargo, este hecho es por el contrario muy importante, ya que
a partir de allí se produce la ruptura de Occidente con su propia tradición
iniciática, ruptura que constituye verdaderamente la causa primera de toda la
desviación intelectual del mundo moderno. En efecto, tal desviación se remonta
más allá del Renacimiento, el cual sólo constituyó una de sus principales
etapas, y deberá llegarse hasta el siglo XIV para localizar su comienzo. Joseph
de Maistre, que no poseía en ese entonces más que un conocimiento superficial de
las cosas del Medioevo, ignoraba cuáles habían sido los medios por los cuales se
trasmitió la doctrina iniciática y quiénes fueron los representantes de la
verdadera jerarquía espiritual. Pero al menos no dejaba de aceptar claramente la
existencia de ambos, lo que ya es mucho, visto y considerando cuál era a fines
del siglo XVIII la situación de las múltiples organizaciones masónicas, incluso
de aquellas que pretendían proporcionar a sus miembros una iniciación real, y no
se limitaban a un formalismo totalmente exterior. Todas intentaban vincularse a
algo cuya exacta naturaleza les era totalmente desconocida: reencontrar una
tradición cuyos signos estaban todavía por doquier, pero cuyo principio se había
perdido. Ninguna poseía ya los “verdaderos caracteres” como se decía en la
época, y la Asamblea General de Wilhelmsbad fue una tentativa de restablecer el
orden en medio del caos de los Ritos y de los grados. “Ciertamente, decía J. De
Maistre, la Orden no pudo haber comenzado por lo que vemos ahora. Todo indica
que la Francmasonería vulgar es una rama desprendida, y posiblemente corrompida,
de un tronco antiguo y respetable”. Esta es la estricta verdad, pero ¿cómo saber
cuál fue el tronco? El mismo de Maistre cita un extracto de un libro inglés
donde se trata de ciertas cofradías de constructores, y agrega: “Es notable que
este tipo de instituciones coincidiera con la destrucción de los Templarios”.
Tal observación hubiera debido abrirle otros horizontes, y es sorprendente que
no lo haya llevado a reflexionar más, en especial porque el simple hecho de
haberlo escrito apenas concuerda con lo que precede. Añadamos además que este
asunto no concierne sino a uno de los aspectos de la tan compleja cuestión de
los orígenes de la Masonería.
Otro aspecto de la misma cuestión está
representado por los intentos de vincular a la Masonería con los Misterios
antiguos: “Los más sabios Hermanos de nuestro Régimen piensan que hay serios
motivos para creer que la verdadera Masonería no es sino la Ciencia del
Hombre por excelencia, es decir, el conocimiento de su origen y destino.
Algunos añaden que tal Ciencia no difiere esencialmente de la antigua iniciación
griega o egipcia”. Joseph de Maistre objeta que es imposible saber exactamente
lo que fueron tales Misterios antiguos, y qué se enseñaba en ellos, y parece
tener sólo una idea bastante mediocre de los mismos, lo que es quizá más
sorprendente aún que la actitud análoga que tomó con respecto a los Templarios.
En efecto, mientras que no vacila en afirmar muy justamente que en todos los
pueblos hay “restos de la Tradición primitiva”, ¿cómo no advirtió que los
Misterios debían tener precisamente como finalidad principal la de conservar el
depósito de esa misma Tradición? Y, no obstante, en cierto sentido, admite que
la iniciación, de la que es heredera la Masonería, se remonta “a los orígenes de
las cosas”, al comienzo del mundo. “La verdadera religión tiene mucho más que
dieciocho siglos: nació el día en que nacieron los días”. También aquí lo que se
le escapa son los medios de transmisión, y puede observarse que se adhiere
demasiado fácilmente a esa ignorancia: por cierto, no tenía más que veintinueve
años al escribir el memorial.
La respuesta que da a otra cuestión prueba
además que la iniciación de Joseph De Maistre, a pesar del alto grado que
poseía, estaba lejos de ser perfecta, y ¡cuántos otros masones de los grados más
altos, en aquel entonces como hoy en día, sabían mucho menos todavía! Nos
estamos refiriendo a la cuestión de los “Superiores Incógnitos”. He aquí lo que
dijo: “¿Tenemos Maestros? No, no los tenemos. La prueba es simple pero decisiva,
y es que no los conocemos... ¿Cómo podríamos haber concertado una obligación
tácita con Superiores ocultos, si aún cuando se nos hubieran dado a conocer
posiblemente nos habrían desencantado, y por eso mismo nos habríamos apartado de
ellos?” Evidentemente, no sabía de lo que se trataba, y cuál sería el modo de
obrar de los verdaderos “Superiores Incógnitos”. En cuanto a que ni siquiera
eran conocidos por los mismos jefes de la Masonería, todo lo que prueba es que
ya no había una vinculación efectiva con la verdadera jerarquía iniciática, y la
actitud de rechazo a reconocer a dichos Superiores debía hacer desaparecer la
última posibilidad todavía existente de restablecerla.
La parte más interesante del memorial es
sin duda la que contiene la respuesta a las dos últimas preguntas. En primer
lugar, destaquemos lo que concierne a las ceremonias. Joseph de Maistre, para
quien “la forma es algo grande”, no habla sin embargo del carácter simbólico del
ritual ni de su alcance iniciático, lo que es una lamentable laguna. No
obstante, insiste sobre lo que podría llamarse el valor práctico del ritual, y
lo que dice es una gran verdad psicológica: “Treinta o cuarenta personas,
silenciosamente alineadas a lo largo de las paredes de una cámara tapizada de
negro o de verde, diferenciadas asimismo por singular ropaje y no hablando sino
con permiso, razonarán sabiamente sobre cualquier objeto que se les proponga.
Quitad las colgaduras y los hábitos, apagad de nuevo la vela, permitid sólo que
se desplacen de los asientos: veréis a esos mismos hombres precipitarse unos
sobre otros, dejar de entenderse, hablar de la actualidad y de las mujeres, y el
más razonable de toda la sociedad se inmiscuirá en ello aún antes de poder
reflexionar en que su actitud es igual a la de los demás... Cuidémonos
especialmente de no suprimir el juramento como lo han propuesto algunos, quizá
basados en buenas razones, que sin embargo no podemos comprender. Razonaron muy
mal los teólogos que quisieron probar que nuestro juramento es ilícito. Es
verdad que sólo la autoridad civil puede ordenar y recibir el juramento en los
diferentes actos de la sociedad; pero no puede negarse a un ser inteligente el
derecho de certificar con un juramento una determinación interior de su libre
arbitrio. El soberano no tiene imperio más que sobre los actos. Mi brazo es
suyo, mi voluntad es mía”.
A continuación, despliega una especie de
plan de trabajos para los diferentes grados, donde cada grado debe tener un
objetivo particular, y es sobre este tema que queremos insistir más
especialmente aquí. En primer lugar, es importante disipar una confusión. Como
la división adoptada por Joseph de Maistre no implica más que tres grados, E.
Dermenghem cree haber entendido que su intención fue reducir la Masonería a los
tres grados simbólicos. Pero tal interpretación es irreconciliable con la
constitución misma del Régimen Escocés Rectificado que, esencialmente, es un
Rito de altos grados. Dermerghem no percibió que de Maistre escribió “grados o
clases”, y es verdaderamente de tres clases de lo que aquí se trata, pudiendo
cada una subdividirse en varios grados propiamente dichos. Veamos cómo podría
establecerse la distribución: la primera clase comprende los tres grados
simbólicos; la segunda corresponde a los grados capitulares, el más importante
de los cuales, y posiblemente el único que se practicó de hecho en el Régimen
Rectificado, es el de Escocés de San Andrés; finalmente, la tercera clase está
formada por los tres grados superiores de Novicio, Escudero y Gran Profeso o
Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa. Lo que contribuye a demostrar aún más
que así debe considerarse la cuestión es el hecho de que, hablando de los
trabajos de la tercera clase, el autor exclama: “¡Cuán vasto es el panorama que
se abre al celo y a la perseverancia de los G.P!”. se trata aquí evidentemente
de los Grandes Profesos, grado al que pertenecía nuestro autor, y no de los
simples Maestros de la “Logia azul”. En fin, no se trata aquí de suprimir los
altos grados, antes por el contrario, de asignarles finalidades basadas en sus
características propias.
La finalidad asignada a la primera clase es
en primer término la práctica de la beneficencia, “que debe ser el objetivo
aparente de toda la Orden”. Pero ello no es suficiente, y hay que agregar
una segunda finalidad que es ya más intelectual: “No sólo se formará el corazón
del Masón en el primer grado, sino que se esclarecerá su espíritu aplicándolo al
estudio de la moral y de la política, que es la moral de los Estados. En las
logias se discutirá sobre cuestiones interesantes relativas a estas dos
ciencias, e incluso se exigirá que cada Hermano presente su opinión por
escrito... Pero el gran objetivo de los Hermanos será sobre todo el de
procurarse un conocimiento profundo de su patria, de lo que la misma posee y de
lo que le falta, de las causas de la zozobra y de los medios de regeneración”.
“La segunda clase de la Masonería debería
tener como finalidad, según el sistema propuesto, la instrucción de los
gobiernos y la reunión de todas las sectas cristianas”. En lo que concierne al
primer punto, “deberán ocuparse infatigablemente por eliminar los obstáculos de
todo tipo, interpuestos por las pasiones, entre la verdad y la audición de la
autoridad... Los límites del Estado no podrían limitar esta segunda actividad, y
los Hermanos de las diferentes naciones podrían algunas veces, por un fervoroso
acuerdo, lograr los mayores bienes”. Respecto al segundo objetivo, dice: “¿No
sería acaso digno de nosotros proponernos el auge del Cristianismo como uno de
los objetivos de nuestra Orden? Tal proyecto constaría de dos partes, puesto que
es necesario que cada comunión trabaje para sí y para aproximarse a las demás...
Deberán establecerse comités de correspondencia compuestos especialmente por
clérigos de diferentes comuniones a los que habremos captado e iniciado.
Trabajaremos de forma lenta pero segura. No emprenderemos ninguna conquista que
no sea apropiada para perfeccionar la Gran Obra... Todo lo que pueda
contribuir al progreso de la religión, a la extirpación de las opiniones
peligrosas, en una palabra, a elevar el trono de la verdad sobre las ruinas de
la superstición y del pirronismo, será de la incumbencia de dicha clase”.
Finalmente, la tercera clase tendrá como
objetivo lo que Joseph de Maistre denomina el “Cristianismo trascendente”, que,
para él, es “la revelación de la revelación” y constituye lo esencial de
aquellas “ciencias secretas” aludidas en la última pregunta: así se podrá
“encontrar la solución de las diversas y penosas dificultades en los
conocimientos que poseemos”. Y puntualiza en estos términos: “Los hermanos
admitidos en la clase superior tendrán como objetivo de sus estudios y sus
reflexiones más profundas la investigación de los hechos y los conocimientos
metafísicos... Todo es misterio en los dos Testamentos, y los elegidos de una y
otra ley no fueron sino verdaderos iniciados. Es necesario entonces
interrogar a esta venerable Antigüedad, y preguntarle cómo entendía las
alegorías sagradas. ¿Quién puede ignorar que esta especie de investigaciones
nos proporcionarán armas victoriosas contra los escritores modernos que se
obstinan en no ver más que el sentido literal de las Escrituras? Ellos ya
quedan desautorizados por la expresión Misterios de la Religión,
expresión que usamos diariamente sin siquiera comprender el sentido. La palabra
misterio no significaba en principio sino una verdad oculta bajo ciertas
figuraciones con las que las revistieron aquellos que las poseían”. ¿Es acaso
posible afirmar más clara y explícitamente la existencia del esoterismo en
general, y del esoterismo cristiano en particular? En apoyo a tal afirmación, el
autor aporta varias citas de autores eclesiásticos y judíos tomadas del Mundo
Primitivo de Court de Gébelin. En este vasto campo de investigación, cada
uno podrá encaminarse conforme sus aptitudes: “Que unos se zambullan
intrépidamente en los estudios de erudición que puedan multiplicar nuestros
títulos y esclarecer aquellos que poseemos. Que otros, cuyo genio apela a las
contemplaciones metafísicas, busquen en la misma naturaleza de las cosas las
pruebas de nuestra doctrina. Que otros, en fin, (¡y quiera Dios que sean
muchos!) nos trasmitan lo que pudieron aprender de ese Espíritu que sopla por
donde quiere, como quiere y cuando quiere”. Esta llamada a la inspiración
directa no es por cierto lo menos notable de cuanto aquí consideramos.
Este proyecto jamás fue aplicado, y ni
siquiera se sabe si pudo llegar a conocimiento del duque de Brunswick; y, sin
embargo, no es tan quimérico como algunos podrían llegar a pensar; por el
contrario, lo consideramos muy apropiado para suscitar reflexiones interesantes,
tanto hoy como en la época para la cual fue pensado, y ése es el motivo por el
cual hemos considerado oportuno reproducir extensos párrafos. En suma, la idea
general que se desprende de ellos podría formularse de la siguiente manera: sin
pretender de ningún modo negar o suprimir las diferencias y particularidades
nacionales, de las que por el contrario, y a pesar de lo que pretenden los
actuales internacionalistas, se debe tomar conciencia en primer término tan
profundamente como sea posible, se trata de restaurar la unidad, supranacional
más bien que internacional, de la antigua Cristiandad, unidad destruida por las
múltiples sectas que han “desgarrado la ropa sin costura”, para de allí elevarse
hasta la universalidad, realizando el Catolicismo en el verdadero sentido de la
palabra, en el sentido en que igualmente lo entendía Wronski, para quien dicho
Catolicismo no habría de tener existencia plenamente efectiva hasta haber
llegado a integrar las tradiciones contenidas en los libros sagrados de todos
los pueblos. Es esencial observar que la unión tal como la consideraba Joseph de
Maistre debería realizarse ante todo en el orden puramente intelectual. Esto
mismo es lo que por nuestra parte siempre hemos afirmado, ya que pensamos que no
puede haber verdadero entendimiento entre los pueblos, sobre todo entre los que
pertenecen a diferentes civilizaciones, si no se fundamenta sobre los
principios, en el sentido propio de la palabra. Sin esta base estrictamente
doctrinal nada sólido podrá construirse: todas las combinaciones políticas y
económicas serán siempre impotentes a este respecto, tanto como las
consideraciones sentimentales, mientras que si se realiza el acuerdo sobre los
principios, el entendimiento en los demás dominios deberá producirse
necesariamente.
Sin duda, la Masonería de fines del siglo
XVIII ya no tenía en sí misma lo que le hacía falta para cumplir esta “Gran
Obra”, de la cual ciertas condiciones muy probablemente se le escaparon al
propio Joseph de Maistre; ¿quiere esto decir que semejante plan no podrá jamás
intentarse otra vez, de una u otra forma, por alguna organización que posea un
carácter verdaderamente iniciático y que posea el “hilo de Ariadna” que le
permitiría guiarse en el laberinto de las innumerables formas que velan la
Tradición única, y volver finalmente a reencontrar la “Palabra perdida” y hacer
surgir “la Luz de las Tinieblas, el Orden del Caos”? No queremos de ningún modo
prejuzgar el futuro, pero hay ciertos signos que permiten pensar que, a pesar de
las desfavorables apariencias del mundo actual, posiblemente no sea totalmente
imposible. Y terminaremos citando una frase un tanto profética de Joseph de
Maistre pronunciada en la segunda de las Veladas de San Petersburgo:
“Debemos aprestarnos para un acontecimiento inmenso en el orden divino, hacia el
cual marchamos con una tan acelerada velocidad que sorprenderá a todos los
observadores. Temibles oráculos ya anuncian que los tiempos han llegado’’.
Publicado
originalmente en "Vers l´Unité", marzo de 1927.
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