A PROPOSITO DE LOS SIGNOS CORPORATIVOS Y
DE SU SENTIDO ORIGINAL
Capitulo XVi
ESTUDIOS SOBRE LA
FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO
René Guénon
Visto que el artículo que dedicamos a los
antiguos signos corporativos (Regnabit, noviembre de 1925) parece haber
despertado el interés de cierto número de lectores, volvemos nuevamente sobre
este tema tan poco conocido, a fin de agregar algunas otras indicaciones que
consideramos de utilidad, a juzgar por las cuestiones que nos han sido sometidas
desde varios lados.
En primer lugar, desde aquel entonces
nos ha sido aportada una confirmación a lo que decíamos al final del artículo, a
propósito de los signos de los albañiles y picapedreros y de los símbolos
herméticos a los cuales aquellos parecen vincularse directamente. La información
de que hablamos proviene de un artículo relativo al "Compañerazgo", que, por una
extraña coincidencia, se publicaba precisamente al mismo tiempo que el nuestro.
De allí tomamos este pasaje: "El Cristianismo, llegado a su apogeo, persiguió un
estilo que resumiera su pensamiento, y a las cúpulas, al arco de medio punto, a
las torres macizas, sustituyó las agujas esbeltas y la ojiva que,
progresivamente, fueron difundiéndose. Fue entonces cuando el Papado fundó en
Roma la Universidad de las Artes, hacia donde los monasterios de todos los
países enviaron sus estudiantes y sus constructores laicos. De este modo, estas
élites fundaron la Maestría universal, donde picapedreros, escultores,
carpinteros y otros oficios del Arte recibieron aquella concepción constructiva
que ellos llamaban la Gran Obra. La reunión de todos los Maestros de Obra
extranjeros formó la asociación simbólica, la paleta rematada por la cruz; y de
los brazos de la cruz colgaban la escuadra y el compás, los signos universales".
La trulla rematada por la cruz viene a ser
exactamente el símbolo hermético que habíamos reproducido en la figura 22 de
nuestro artículo; y la trulla, a causa de su forma triangular, estaba
considerada ahí como un emblema de la Trinidad: "Sanctissima Trinitas
Conditor Mundi".
Por lo demás, parece ser que el dogma trinitario ha sido puesto particularmente
en evidencia por las antiguas corporaciones; y la mayor parte de los documentos
que provienen de las mismas comienzan con la fórmula: "En el nombre de la
Santísima e Indivisible Trinidad".
Puesto que ya hemos indicado la identidad
simbólica existente entre el triángulo invertido y el corazón, no resulta ocioso
agregar que a este último puede igualmente atribuírsele un sentido trinitario.
Encontramos la prueba de ello en una lámina dibujada y grabada por Callot para
una tesis sostenida en 1625, y de la que ya trató el R. P. Anizan en esta misma
Revista (diciembre de 1922). A la cabeza de la composición se halla figurado el
Corazón de Cristo, conteniendo tres iod, la primera letra del nombre de
Jehovah en hebreo; estas tres iod eran además consideradas como
formando por sí solas un nombre divino, que resulta bastante natural interpretar
como una expresión de la Trinidad.
"Hoy –escribía al respecto el R. P. Anizan– adoramos el 'Corazón de Jesús, Hijo
del Padre Eterno'; el 'Corazón de Jesús unido sustancialmente al Verbo de
Dios'; el Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de
la Virgen María'. ¿Cómo extrañarse de que en 1625 haya sido atestiguado el
augusto contacto del Corazón de Jesús con la Santa Trinidad? En el siglo XII,
algunos teólogos han visto a este Corazón como el 'Santo de los Santos' y como
el 'Arca del Testamento'.
Esta verdad no podía perderse: su expresión misma logra la adhesión del
espíritu. De hecho ella no se perdió. En un Diurnal aparecido en Amberes
en 1616, leemos esta bella plegaria: 'Oh Corazón dulcísimo de Jesús, donde todo
bien reside, órgano de la siempre adorable Trinidad, en vos me confío, en
vos me refugio totalmente'. Ese 'Organo de la Santísima Trinidad' helo aquí,
claramente representado: es el Corazón con las tres iod. Y este Corazón
de Cristo, órgano de la Trinidad, nuestra lámina nos dice en una palabra que es
el 'principio del orden': Praedestinatio Christi est ordinis origo".
No faltará la oportunidad de volver sobre
otros aspectos de este simbolismo, en especial por lo que concierne al
significado místico de la letra iod; pero no hemos querido dejar de
mencionar desde ahora estos paralelos tan significativos.
Varias personas, que aprueban nuestra
intención de restituir a los símbolos su sentido originario y que gentilmente
han querido hacérnoslo saber, nos han manifestado al mismo tiempo el deseo de
ver al Catolicismo reivindicar decididamente todos estos símbolos que le
pertenecen de derecho, incluyendo aquéllos –como, por ejemplo, los triángulos–
de los cuales se han apropiado organizaciones tales como la Masonería. La idea
es muy justa y concuerda con cuanto pensamos; pero hay un punto sobre el cual
puede existir, en la mente de algunos, un equívoco e incluso un verdadero error
histórico, que será oportuno disipar.
En verdad, no hay muchos símbolos que
puedan decirse propia y exclusivamente "masónicos"; ya lo habíamos señalado a
propósito de la acacia (diciembre de 1925, pág. 26). Inclusive los emblemas más
específicamente "constructivos", como la escuadra y el compás, han sido, de
hecho, comunes a un gran número de corporaciones, podríamos decir incluso a casi
todas,
sin hablar de la utilización que ha sido hecha también en el simbolismo
puramente hermético.
La Masonería se sirve de símbolos de un carácter bastante diverso, al menos
aparentemente, pero no es, como parece creerse, que se haya apropiado de los
mismos para desviarlos de su verdadero sentido; ella los ha recibido, como las
otras corporaciones (ya que en sus orígenes fue una de éstas), en una época en
la cual era muy distinta de lo que se ha vuelto hoy día, y ella los ha
conservado, pero, desde hace ya mucho tiempo, no los comprende más.
"Todo indica, decía Joseph de Maistre, que
la Francmasonería vulgar es una rama desprendida y quizás corrompida de un
tronco antiguo y respetable".
Y es precisamente así como debe ser considerada la cuestión: con demasiada
frecuencia se comete el error de no pensar más que en la Masonería moderna,
sin pensar siquiera que esta última es simplemente la resultante de una
desviación. Los primeros responsables de esta desviación fueron, al parecer, los
pastores protestantes Anderson y Desaguliers, que redactaron las Constituciones
de la Gran Logia de Inglaterra, publicadas en 1723, y que hicieron desaparecer
todos los antiguos documentos que cayeron en sus manos, para que nadie se
percatara de las innovaciones que introducían, y también porque tales documentos
contenían fórmulas que juzgaban muy incómodas, como la obligación de "fidelidad
a Dios, a la Santa Iglesia y al Rey", señal indiscutible del origen
católico de la Masonería.
Esta obra de deformación fue preparada por los protestantes aprovechando los
quince años que habían transcurrido entre la muerte de Christopher Wren, último
Gran Maestre de la Masonería antigua (1702) y la fundación de la nueva
Gran Logia de Inglaterra (1717). Sin embargo, dejaron subsistir el simbolismo,
sin percatarse de que el mismo, para quien supiera comprenderlo, atestiguaba en
su contra tan elocuentemente como los textos escritos, que además no habían
podido destruir en su totalidad. He aquí, muy brevemente resumido, cuanto
deberían saber quienes desean combatir eficazmente las tendencias de la
Masonería actual.
No nos corresponde examinar aquí en su
conjunto la cuestión tan compleja y controvertida de la pluralidad de orígenes
de la Masonería; nos limitamos a tomar en consideración lo que puede llamarse el
aspecto corporativo, representado por la Masonería operativa, o sea las
antiguas fraternidades de constructores. Al igual que las demás corporaciones,
estas últimas poseían un simbolismo religioso, o si se prefiere,
hermético–religioso, en relación con las concepciones de aquel esoterismo
católico tan difundido en la Edad Media, cuyos vestigios se encuentran por
doquier en los monumentos y hasta en la literatura de aquella época. A pesar de
cuanto sostienen numerosos historiadores, la confluencia del hermetismo con la
Masonería se remonta a mucho antes de la afiliación de Elías Ashmole a esta
última (1646); por nuestra parte pensamos incluso que, durante el siglo XVII
solamente se trató de reconstruir, bajo este aspecto, una tradición que en gran
parte ya se había perdido. Algunos, que parecen estar bien informados de la
historia de las corporaciones, llegan incluso a fijar con mucha precisión la
fecha de esta pérdida de la antigua tradición, allá por el año 1459.
Nos parece indiscutible que los dos aspectos operativo y especulativo
han estado siempre reunidos en las corporaciones de la Edad Media, que
utilizaban por lo demás ciertas expresiones muy claramente herméticas como
aquella de "Gran Obra", con aplicaciones diversas pero siempre analógicamente
correspondientes entre sí.
Por otra parte, si quisiéramos remontarnos
verdaderamente a los orígenes, suponiendo que la cosa sea posible con las
informaciones necesariamente fragmentarias de que se dispone en semejante
materia, sería indudablemente necesario superar los confines de la Edad Media e
incluso aquellos del Cristianismo. Esto nos lleva a completar en un cierto
aspecto cuanto habíamos dicho sobre el simbolismo de Jano en un
precedente artículo (diciembre 1925), puesto que dicho simbolismo se encuentra
precisamente relacionado muy estrechamente con la cuestión que estamos
tratando ahora.
En efecto, en la Roma antigua, los Collegia fabrorum tributaban un culto
especial a Jano, en cuyo honor celebraban las dos fiestas solsticiales,
correspondientes a la apertura de las dos mitades ascendente y descendente del
ciclo zodiacal, es decir de aquellos puntos del año, que, en el simbolismo
astronómico al cual ya nos hemos referido, representan las puertas de las dos
vías celestial e infernal (Janua Coeli y Janua Inferni).
Posteriormente, esta costumbre de las fiestas solsticiales continuó siendo
practicada en las corporaciones de constructores; pero, con el Cristianismo,
estas fiestas fueron identificadas con los dos San Juan, de invierno y de verano
(de allí la expresión "Logia de San Juan" que se mantuvo hasta confluir en la
misma Masonería moderna), lo cual constituye otro ejemplo de aquella adaptación
de los símbolos precristianos que hemos señalado en repetidas ocasiones.
De lo que acabamos de decir, extraeremos
dos consecuencias que nos parecen dignas de interés. En primer lugar, entre los
Romanos, Jano era –como ya dijimos– el dios de la iniciación a los
Misterios; al mismo tiempo era también el dios de las corporaciones de
artesanos; y esto no puede provenir de una coincidencia más o menos fortuita.
Debía, necesariamente, existir una relación entre esas dos funciones referidas a
la misma entidad simbólica; en otras palabras, era menester que las
corporaciones en cuestión estuvieran ya en aquel entonces, así como lo
estuvieron más tarde, en posesión de una tradición de carácter realmente "iniciático".
Pensamos además que ello no constituye un caso especial y aislado y que
constataciones del mismo tipo podrían efectuarse en otros muchos pueblos;
quizás, precisamente esto podría llegar a conducir, con referencia al verdadero
origen de las artes y los oficios, a concepciones ni siquiera sospechadas por
los modernos, para quienes semejantes tradiciones se han vuelto letra muerta.
La otra
consecuencia es la siguiente: la conservación, entre los constructores de la
Edad Media, de la tradición que se vinculaba antiguamente al simbolismo de
Jano, explica entre otras cosas la importancia que tenía para ellos la
representación del Zodíaco que vemos tan frecuentemente reproducido en el
pórtico de las iglesias, generalmente dispuesto de manera tal de subrayar el
carácter ascendente y descendente de sus dos mitades. Había incluso en ello,
para nosotros, algo que resulta realmente fundamental en la concepción de los
constructores de las catedrales, quienes se proponían plasmar en sus obras una
especie de compendio sintético del Universo. Si no siempre aparece el Zodíaco,
por el contrario hay varios otros símbolos que le son equivalentes, en un cierto
sentido al menos, y que no dejan de evocar ideas análogas bajo el aspecto que
estamos considerando (sin prejuicio de sus otros significados más particulares):
las representaciones del Juicio Final forman parte de este caso al igual que
ciertos árboles emblemáticos, como ya hemos explicado. Incluso, podríamos ir más
lejos todavía y decir que esta concepción se halla de algún modo implícita en el
mismo trazado de la planta de la catedral; pero si tan solo quisiéramos comenzar
a justificar esta última aseveración, superaríamos ampliamente los límites de
esta simple anotación.
Artículo
publicado originalmente en Regnabit, número de febrero de 1926. Retomado
en Etudes Traditionnelles, abril-mayo de 1951. Recopilado en este
volumen y en Ecrits pour “Regnabit”.
NOTAS
Auguste Bonvous, La Religion de l'Art,
en Le Voile d'Isis, número especial dedicado al "Compañerazgo",
noviembre de 1925.
La palabra Conditor contiene una
alusión al simbolismo de la "piedra angular". –Al final del artículo se
encuentra reproducida una curiosa figura de la Trinidad, en la cual el
triángulo invertido juega un papel importante.
Las tres iod inscritas en el
Corazón de Cristo se encuentran dispuestas en el orden 2 y 1, de manera que
correspondan a los tres vértices de un triángulo invertido. Podemos agregar
que tal disposición aparece muy a menudo en los elementos del blasón; en
particular, es el caso de las tres flores de lis en las insignias de los reyes
de Francia.
Estas asimilaciones se encuentran
bastante directamente relacionadas con la cuestión de los "centros
espirituales" que hemos tocado en nuestro estudio sobre el Santo Grial; nos
explicaremos más completamente sobre este punto cuando abordemos el tema del
simbolismo del corazón en las tradiciones hebraicas.
El "Compañerazgo" prohibía sólo a
zapateros y panaderos portar el compás.
Es así que la escuadra y el compás
figuran, por lo menos desde comienzos del siglo XVII, en las manos del
Rebis hermético (véanse, por ejemplo, las Doce Llaves de la Alquimia,
de Basilio Valentín).
Mémoire au duc de Brunswick, 1782.
Durante el siglo XVIII, la Masonería
escocesa fue un intento de retorno a la tradición católica, representada
por la dinastía de los Estuardo, en oposición a la Masonería inglesa,
ya protestante y devota de la Casa de Orange.
Posteriormente se produjo otra desviación
en los países latinos, esta vez en sentido antirreligioso, pero más que nada
conviene insistir sobre la "protestantización" de la Masonería anglosajona.
Albert Bernet, Des Labyrinthes sur le
sol des églises, en el número ya citado del Voile d'Isis. Sin
embargo este artículo contiene una pequeña inexactitud al respecto: no es en
Estrasburgo, sino en Colonia, que está fechada la carta masónica de abril de
1459.
Señalemos también que existió, allá por
el siglo XIV, o acaso en fecha más temprana, una Massenie del Santo Grial,
por cuyo intermedio las fraternidades de constructores se encontraban
vinculadas a sus inspiradores hermetistas, y en la cual Henri Martin (Histoire
de France, I, III, pág. 398) vió con razón uno de los orígenes verdaderos
de la Masonería.
Podemos subrayar en esta ocasión que en
aquel entonces no tuvimos la intención de escribir un estudio completo sobre
Jano; para ello hubiera sido necesario llevar a cabo una relación de
los simbolismos análogos que pueden encontrarse entre los diversos pueblos, en
especial aquel de Ganêsha en la India, lo cual nos habría acarreado
desarrollos muy extensos. La imagen de Jano que había servido como
punto de partida para nuestra anotación ha sido reproducida de nuevo en el
artículo de Charbonneau–Lassay aparecido en el mismo número de Regnabit
(diciembre de 1925, pág. 15).
Queremos rectificar una inexactitud que
se ha deslizado en una nota de nuestro artículo consagrado a los signos
corporativos (noviembre de 1925, pág. 395), y que unos amigos provenzales nos
han señalado cortésmente. La estrella que figura en el escudo de Provenza no
tiene ocho rayos sino solamente siete; ella se relaciona, entonces, con una
serie de símbolos (las figuras del septenario) diferente de aquélla a la que
nos hemos referido. Por otro lado, en Provenza existe también la estrella de
Baux, que posee dieciséis rayos (dos veces ocho); y esta última tiene incluso
una importancia simbólica muy particular, subrayada por el origen legendario
que se le atribuye, puesto que los antiguos señores de Baux se decían
descendientes del Rey–Mago Baltasar.
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