palabra perdida y nombres sustitutivos
Capitulo XiV
ESTUDIOS SOBRE LA
FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO
René Guénon
Es sabido que en casi todas las
tradiciones se alude a algo perdido o desaparecido que, sean cuales sean las
formas con las que se lo simboliza, tiene en el fondo siempre el mismo
significado; podríamos incluso decir que los mismos significados, ya que, como
en todo simbolismo, hay varios, aunque por otra parte estrechamente emparentados
entre sí. En realidad, se trata en todos los casos de una alusión al
oscurecimiento espiritual que, en virtud de las leyes cíclicas, sobrevino en el
transcurso de la historia de la humanidad: es ante todo la pérdida del estado
primordial, y también, por una consecuencia inmediata, la pérdida de la
tradición correspondiente, pues dicha tradición no era sino el propio
conocimiento, implícito esencialmente a la posesión de ese estado. Estas
observaciones aparecieron ya en una de nuestra obras,
al referirnos en particular al simbolismo del Grial, en el cual se muestran con
toda claridad los dos aspectos que acabamos de mencionar, y que se refieren
respectivamente al estado primordial y a la tradición primordial. A estos dos,
se podría agregar un tercero relativo a la sede primordial, pero es evidente que
la residencia en el "Paraíso terrenal", es decir, propiamente en el "Centro del
Mundo", no difiere en nada de la posesión del estado primordial.
Por otra parte, es preciso indicar
que el oscurecimiento no se produjo súbitamente y de una vez por todas, sino
que, tras la pérdida del estado primordial, se manifestó en etapas sucesivas
correspondientes a otras tantas fases o épocas en el desarrollo del ciclo
humano; y la "pérdida" de la que hablamos puede también representar cada una de
estas etapas, dado que un similar simbolismo siempre puede aplicarse en grados
diferentes. Esto puede ser expresado del siguiente modo: lo que en un principio
se había perdido fue sustituido por algo que, en la medida de lo posible, debía
tomar su lugar, lo cual a su vez se perdió, creando la necesidad de nuevas
sustituciones. Esto se puede constatar en la constitución de los centros
espirituales secundarios en el momento en que el centro supremo fue ocultado a
la humanidad, al menos en su conjunto y en tanto que se trata de los hombres
comunes o "medios", ya que existen siempre y necesariamente casos excepcionales
sin los cuales, interrumpida toda comunicación con el centro, la espiritualidad
misma en todos sus grados habría desaparecido por completo. Puede también
afirmarse que las formas tradicionales particulares, que corresponden
precisamente a los centros secundarios de los que hablamos, son sustitutivos más
o menos velados de la tradición primordial perdida o más bien oculta,
sustituciones adaptadas a las condiciones de las diversas épocas que se
sucedieron; y, ya se trate de centros o de tradiciones, la cosa sustitutiva es
como un reflejo directo o indirecto, cercano o lejano según los casos, de la que
fue perdida. En razón de la filiación ininterrumpida a través de la cual todas
las tradiciones regulares se vinculan en definitiva con la tradición primordial,
podría aún observarse que aquellas son con respecto a ésta como otros tantos
brotes de un único árbol, el mismo que es símbolo del "Eje del Mundo" y que se
alza en el centro del "Paraíso Terrenal", como se repite en aquellas leyendas
del Medievo en las que se habla de los distintos retoños del "Árbol de la Vida".
Un ejemplo de sustitución a su vez
sucesivamente perdida puede identificarse claramente en la tradición mazdea;
sobre esto debemos señalar que lo que está perdido no está representado
solamente por la copa sagrada, es decir, por el Grial o por alguno de sus
equivalentes, sino también por su contenido, lo que es fácilmente comprensible
puesto que ese contenido, cualquiera que sea el nombre que se le asigne, no es
en el fondo sino la "bebida de la inmortalidad", cuya posesión constituye
esencialmente uno de los privilegios del estado primordial. Por eso se dice que
el soma védico, a partir de cierta época, vino a desconocerse, lo que
obligó a su remplazo por otra bebida que era tan sólo una imagen del mismo.
Incluso parece que, aunque no esté formalmente indicado, tal sustitutivo se
hubiera perdido a su vez posteriormente.
Entre los persas, en cambio, para quienes el haoma es el equivalente del
soma hindú, la segunda pérdida es mencionada expresamente: se dice que el
haoma blanco podía únicamente recogerse sobre el Alborj, es decir, sobre
la montaña polar, que representa la sede primordial; después fue reemplazado por
el haoma amarillo, del mismo modo que, en la región donde se asentaron
los antepasados de los persas, hubo otro Alborj, que era sólo una imagen del
primero. Mas tarde, este haoma amarillo se perdió a su vez, y no quedó de
él más que el recuerdo. Recordemos al respecto que, en otras tradiciones, el
vino es también un sustitutivo de la "bebida de la inmortalidad", y es por tal
motivo que, como ya explicamos en otra obra,
es considerado generalmente como un símbolo de la doctrina escondida o
reservada, es decir, del conocimiento esotérico e iniciático.
Consideremos ahora otra forma del
mismo simbolismo, que puede por otra parte referirse a hechos realmente
ocurridos en la historia. Es empero importante comprender que, como para todo
hecho histórico, sólo su valor simbólico justifica nuestro interés. De manera
general, toda tradición tiene normalmente como medio de expresión una
determinada lengua, que por tal motivo adquiere el carácter de lengua sagrada;
si esta tradición desaparece, es natural que al mismo tiempo se pierda la lengua
correspondiente; incluso si aún subsistiera exteriormente algo de la misma, se
trataría solamente de una especie de "cuerpo muerto", puesto que desde entonces
se ignora su sentido profundo, que ya no puede ser conocido verdaderamente. Así
debió ocurrir con la lengua primitiva con la que se expresaba la tradición
primordial, y, por ello, en efecto, se encuentran, en numerosas leyendas y
narraciones tradicionales, muchas alusiones a esta lengua primitiva y a su
pérdida. Agreguemos que, aun cuando una u otra lengua sagrada particular
conocida actualmente parezca querer identificarse con la propia lengua
primitiva, debemos entender por ello que, efectivamente, se trata en realidad de
un sustitutivo que, para los adherentes de la forma tradicional correspondiente,
toma consecuentemente su lugar. Según otras narraciones, parecería sin embargo
que la lengua primitiva se habría conservado hasta una época que, aunque pueda
parecer muy remota, es de todas maneras muy posterior a los tiempos
primordiales: tal es el caso del relato bíblico de la "confusión de las
lenguas", el cual, aunque no pueda asignársele un determinado período histórico,
corresponde al comienzo del Kali-yuga. Ahora bien, es seguro que ya existían
formas tradicionales particulares en una época muy anterior, y cada una de ellas
debió tener su propia lengua sagrada; esta persistencia de la lengua única de
los orígenes no debe ser entonces entendida literalmente, sino más bien en el
sentido de que, hasta entonces, no había desaparecido todavía la conciencia de
la unidad esencial de todas las formas tradicionales.
En ciertos casos, en lugar de la
pérdida de una lengua se habla solamente de la pérdida de una palabra, por
ejemplo, de un nombre divino, que caracteriza a una determinada tradición y que
de alguna manera la representa sintéticamente. La sustitución por un nuevo
nombre señalaría entonces el paso de una tradición a otra. Otras veces, en
cambio, se pretende aludir a "pérdidas" parciales producidas en ciertos momentos
críticos durante la vida de una misma forma tradicional: cuando tales "pérdidas"
fueron compensadas con la sustitución por algo equivalente, ello significa que
las circunstancias había exigido una readaptación de la tradición considerada.
En el caso contrario, las pérdidas indican un empobrecimiento más o menos grave
de la tradición que no pudo remediarse con posterioridad. Por citar un ejemplo
conocido, citaremos el caso de la tradición hebrea, en la que se dan,
precisamente, los dos casos indicados: tras la cautividad de Babilonia, la
antigua escritura perdida debió ser sustituida por una nueva,
y, si se toma en cuenta el valor jeroglífico inherente a los caracteres de una
lengua sagrada, este cambio debió necesariamente implicar modificaciones en la
propia forma tradicional, es decir, una readaptación.
Por otra parte, durante la destrucción del Templo de Jerusalén y la dispersión
del pueblo judío, se perdió la pronunciación verdadera del nombre tetragramático.
Si bien fue sustituido por otro nombre, el de Adonaï, éste nunca fue
considerado como el equivalente real de aquel que ya no se sabía pronunciar. En
efecto, la transmisión regular de la pronunciación del principal nombre divino,
ha-Shem o el Nombre por excelencia, estaba vinculada esencialmente a la
continuidad del sacerdocio, cuyas funciones sólo podían ser ejercidas en el
Templo de Jerusalén. Desaparecido el Templo, la tradición hebrea quedó
inevitablemente incompleta, como por otra parte queda suficientemente probado
por la interrupción de los sacrificios, es decir, de aquello que constituía la
parte más "central" de la ritos de esta tradición, así como el "Tetragrama"
ocupaba una posición verdaderamente "central" con respecto a los demás nombres
divinos.
En efecto, lo que se había perdido era verdaderamente el centro espiritual de la
tradición. Por lo demás, considerando un ejemplo como éste, es particularmente
evidente que el hecho histórico en sí, que en absoluto es dudoso como tal, no
podría ser separado de su significado simbólico, donde reside en el fondo toda
su razón de ser y sin el cual sería completamente ininteligible.
Hemos visto que la noción de lo
perdido, en uno u otro de sus diferentes símbolos, existe incluso en el
exoterismo de las diversas formas tradicionales; y podría incluso decirse que lo
perdido se refiere más precisamente y sobre todo al aspecto exotérico, ya que es
evidente que es allí donde la pérdida se ha producido y es verdaderamente
efectiva, y donde puede ser considerada en cierto modo como definitiva e
irremediable, puesto que lo es en efecto para la mayoría de la humanidad
terrestre mientras dure el actual ciclo. Hay algo que, por el contrario,
pertenece propiamente al orden esotérico e iniciático: se trata de la búsqueda
de lo que se ha perdido o, como se decía en el Medievo, la "demanda" (queste);
y ello se comprende fácilmente, puesto que la iniciación, en sus primeros
estadios, los que corresponden a los pequeños "misterios", tiene efectivamente
como finalidad esencial la restauración del estado primordial. Es por otra parte
necesario señalar que, al igual que la pérdida se produjo en realidad
gradualmente y por etapas sucesivas, así también la búsqueda deberá
desarrollarse gradualmente, recorriendo en sentido inverso las mismas etapas, es
decir, remontando en cierta forma el curso del ciclo histórico de la humanidad,
de un estado a otro anterior, hasta llegar al estado primordial. A estas etapas
podrán naturalmente corresponder otros tantos grados de iniciación a los
"pequeños misterios".
Añadiremos inmediatamente que, por ello mismo, las sucesivas sustituciones de
las que hemos hablado pueden igualmente interpretarse en sentido inverso; se
explica así que, en ciertos casos, lo que se entiende como "palabra encontrada"
no sea en realidad sino una "palabra sustituta", representando ambas solamente
etapas intermedias. Es por otra parte evidente que todo aquello que puede
comunicarse exteriormente no podría ser con toda seguridad la "palabra perdida",
sino nada más que un símbolo de la misma, siempre más o menos inadecuado, como
lo es toda expresión de las verdades trascendentes; y este simbolismo es
frecuentemente muy complejo, debido a la multiplicidad de significados que
incluye, así como a los diferentes grados que conlleva en su aplicación.
En las iniciaciones occidentales
hay por lo menos dos ejemplos muy conocidos de la búsqueda de la cuestión (lo
que no quiere decir que hayan sido siempre efectivamente comprendidos por
quienes hablaron de ellos): la "demanda del Grial" en las iniciaciones
caballerescas de la Edad Media y la "búsqueda de la palabra perdida" en la
iniciación masónica, y ambas pueden ser consideradas como casos típicos de las
dos formas de simbolismo que hemos indicado. En lo que respecta a la primera, A.
E. Waite ha observado con razón que se encuentran numerosas alusiones más o
menos explícitas a fórmulas y a objetos sustituidos; ¿acaso no puede decirse que
la misma "Mesa Redonda" no es en definitiva sino un "sustituto", puesto que,
aunque su destino sea recibir el Grial, éste nunca llega a manifestarse
efectivamente? Sin embargo, esto no significa, como demasiado fácilmente
quisieran creer algunos, que la "demanda" nunca pueda llegar a satisfacerse,
sino tan sólo que, incluso cuando lo sea para algunos en particular, no puede
serlo para el conjunto de una colectividad, aún cuando ésta posea indudablemente
carácter iniciático. La "Mesa Redonda" y su caballería, como ya señalamos en
otra ocasión,
presentan todas las señales que indican que efectivamente se trata de la
constitución de un centro espiritual auténtico; pero, repitámoslo de nuevo, no
siendo todo centro espiritual secundario sino una imagen o un reflejo del centro
supremo, sólo puede cumplir realmente la función de "sustituto" con respecto a
éste, del mismo modo que cada centro tradicional particular no es propiamente
sino un "sustituto" de la tradición primordial.
Si pasamos a considerar la "palabra
perdida" y su búsqueda en la Masonería, debemos constatar que, al menos en el
estado actual de las cosas, el tema está rodeado de la mayor obscuridad; no
tenemos la pretensión de disiparla por completo, pero las pocas observaciones
que formularemos quizá sean suficientes para eliminar todo aquello que, a
primera vista, podría dar la impresión de ser contradictorio. Lo primero que
debemos indicar a este respecto es que el grado de Maestro, tal como es
practicado en la Craft Masonry, insiste en la "pérdida de la palabra",
que se presenta como una consecuencia de la muerte de Hiram, pero que no parece
contener indicación expresa en cuanto a su búsqueda, y aún menos se habla de una
"palabra reencontrada". Esto puede parecer verdaderamente extraño, puesto que,
siendo la Maestría el último de los grados que constituyen la Masonería
propiamente dicha, tal grado debería necesariamente corresponder, al menos de
forma virtual, a la perfección de los "pequeños misterios", sin lo cual su misma
denominación resultaría injustificada. Es cierto que puede decirse que la
iniciación a este grado es en sí misma, hablando con propiedad, un punto de
partida, lo que en suma es perfectamente normal. Sin embargo, sería de esperar
que hubiera en esta iniciación algo que permitiera "comenzar", si así puede
decirse, la búsqueda que constituye el trabajo posterior que deberá conducir a
la realización efectiva de la Maestría; ahora bien, pensamos que, a pesar de las
apariencias, esto es realmente así. En efecto, la "palabra sagrada" del grado es
claramente una "palabra sustituta", y por lo demás es así como se la considera;
además, esta "palabra sustituta" es de una especie muy particular: ha sido
deformada de muy diferentes maneras, hasta el punto de llegar a ser
irreconocible,
de ella hay diversas interpretaciones, que accesoriamente pueden presentar un
cierto interés por sus alusiones a ciertos elementos simbólicos del grado, pero
que no pueden justificarse por medio de la etimología hebrea. Pero, si se
restituye a dicha palabra su forma correcta, descubrimos que su sentido es muy
distinto de aquellos que se le atribuyen, pues la palabra en cuestión no es sino
una pregunta, y la respuesta sería la verdadera "palabra sagrada" o la "palabra
perdida", es decir, el verdadero nombre del Gran Arquitecto del Universo.
Planteado el problema en estos términos, puede considerarse que la búsqueda está
"encaminada", tal como hemos indicado unas líneas atrás, y, por lo tanto,
corresponde a cada uno, si tiene la capacidad para ello, el hallar la respuesta
y lograr la Maestría efectiva a través de su propio trabajo interior.
Otro punto que debemos considerar
es el siguiente: la mayoría de las veces la "palabra perdida" es asimilada al
Nombre tetragramático, en concordancia con el simbolismo hebraico, lo que de
tomarse al pie de la letra constituiría un evidente anacronismo, puesto que es
fácil darse cuenta de que la pronunciación del Nombre no se perdió en la época
de Salomón y de la construcción del Templo de Jerusalén, sino a partir de la
destrucción final del Templo. Sin embargo, este anacronismo no debería ser
considerado como constituyendo una dificultad real, ya que aquí no se trata en
absoluto de la "historicidad" de los hechos en cuanto tales, la cual, desde
nuestro punto de vista, poco importa en sí misma; el Tetragrama es mencionado
pura y exclusivamente por el valor que tradicionalmente representa; incluso el
mismo Tetragrama pudo perfectamente haber sido en cierto sentido una "palabra
sustituta", ya que pertenece propiamente a la revelación mosaica, y ésta, en
cuanto tal, como la lengua hebrea, no podría remontarse realmente hasta la
tradición primordial.
Si hemos aludido a esta cuestión es sobre todo para llamar la atención sobre un
hecho que, en el fondo, es mucho más importante: en el exoterismo hebreo, la
palabra que sustituye al Tetragrama que ya no se sabe pronunciar, como dijimos,
es otro nombre divino, Adonaï, que igualmente está formado por cuatro
letras, pero que se considera menos esencial. Hay en todo esto una especie de
resignación ante una pérdida considerada irreparable, que se trata de remediar
solamente en la medida en que aún lo permiten las condiciones presentes. En la
iniciación masónica, en cambio, la "palabra sustituta" es una pregunta que
ofrece la posibilidad de reencontrar la "palabra perdida". He aquí expresada, en
suma, de una manera simbólica muy significativa, una de las diferencias
fundamentales existentes entre el punto de vista exotérico y el iniciático.
Antes de continuar, se impone una breve digresión para mejor comprender lo que
más adelante diremos: la iniciación masónica, que se refiere esencialmente a los
"pequeños misterios", como todas las iniciaciones de oficio, concluye por eso
mismo en el grado de Maestro, ya que la realización completa de este grado
implica la restauración del estado primordial. Esto conduce naturalmente a
preguntarse cuáles podrían ser, en la Masonería, el sentido y la función de los
"altos grados", en los que algunos, y precisamente por esta razón, han querido
ver solamente algo "superfluo", más o menos inútil y vano. En realidad, debemos
en primer lugar distinguir aquí dos casos:
por un lado, el de los grados que tienen un vínculo directo con la Masonería,
y por otro el caso de los grados que pueden considerarse vestigios o recuerdos
de antiguas organizaciones iniciáticas occidentales
que se injertaron en la Masonería, o que llegaron a "cristalizarse" de alguna
manera alrededor de la misma. La razón de ser de estos últimos grados, dejando
aparte su interés puramente "arqueológico"(lo que evidentemente sería una
justificación totalmente insuficiente desde el punto de vista iniciático), es en
suma el hecho de que conservan lo que aún puede mantenerse de las iniciaciones
de que se trata, y ello de la única manera en que puede hacerse tras su
desaparición en cuanto formas independientes; habría ciertamente mucho que decir
de este papel "conservador" de la Masonería y de la posibilidad implícita que
encierra de suplir en cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en
el mundo occidental actual. Pero ello está totalmente fuera del argumento que
tratamos, y es solamente el primer caso, el de los grados cuyo simbolismo se
relaciona más o menos estrechamente con el de la Masonería propiamente dicha, el
que nos concierne directamente aquí.
Hablando en general, estos grados
pueden ser considerados como constituyendo propiamente determinadas extensiones
o desarrollos del grado de Maestro; es indiscutible en principio que éste es de
por sí suficiente, pero de hecho la excesiva dificultad para discernir todo lo
que contiene implícitamente justifica la existencia de estos desarrollos
posteriores.
Se trata pues de una ayuda para quienes quieren realizar lo que todavía no
poseen sino en forma virtual. Al menos, tal es la intención fundamental de estos
grados, sean cuales fueren las reservas que podrían hacerse sobre la mayor o
menor eficacia práctica de tal ayuda, sobre la cual lo mínimo que puede decirse
es que en la mayoría de los casos está lamentablemente empobrecida por el
aspecto fragmentario y muy frecuentemente alterado bajo el cual se presentan
actualmente los rituales correspondientes. Pero lo que debemos tener presente es
el principio, que es independiente de estas consideraciones contingentes. Por
otro lado, y a decir verdad, si el grado de Maestro fuera más explícito, y si
todos los que a él acceden estuvieran verdaderamente cualificados, sería en el
interior de este grado donde estos desarrollos deberían tener su lugar, sin que
hubiera necesidad de hacerlos objeto de otros grados nominalmente distintos del
mismo.
Ahora bien, y es aquí donde
queríamos llegar, entre los altos grados en cuestión hay algunos que insisten
más particularmente sobre la "búsqueda de la palabra perdida", es decir, como
hemos explicado antes, sobre aquello que constituye el trabajo esencial de la
Maestría; incluso hay algunos grados que ofrecen una "palabra reencontrada", lo
que parece implicar la culminación de la búsqueda; pero, en realidad, esta
"palabra reencontrada" es siempre una nueva "palabra sustituta", y de acuerdo
con las consideraciones expuestas anteriormente, es fácil comprender que no
pueda ser de otro modo, ya que la verdadera "palabra" es rigurosamente
incomunicable. Así es en particular con respecto al grado del Royal Arch,
el único que debe ser considerado como estrictamente masónico, hablando con
propiedad, y cuyo origen operativo directo no ofrece duda alguna; de alguna
manera es el complemento normal del grado de Maestro, con una perspectiva
abierta a los "grandes misterios".
El término que representa en este grado la "palabra reencontrada" se presenta,
como muchos otros, bajo una forma muy alterada, lo que ha dado lugar a varias
suposiciones en cuanto a su significado; pero, según la interpretación más
autorizada y plausible, se trata en realidad de una palabra compuesta, formada
por la reunión de tres nombres divinos pertenecientes a tres tradiciones
diferentes. Hay aquí al menos una indicación interesante desde dos puntos de
vista: en primer lugar, esto implica evidentemente que la "palabra perdida" es
considerada como constituyendo un nombre divino; después, la asociación de estos
diferentes nombres no puede explicarse de otro modo que como una afirmación
implícita de la unidad fundamental de todas las formas tradicionales; pero es
obvio que tal conjunción, a partir de nombres provenientes de diferentes lenguas
sagradas, no es todavía más que algo totalmente exterior y no podría de ninguna
manera simbolizar adecuadamente la restitución de la tradición primordial, y
que, en consecuencia, no es realmente sino otra "palabra sustituida".
Otro ejemplo, por lo demás de un
tipo muy diferente, es el del grado escocés de Rosa-Cruz, en el cual la "palabra
reencontrada" se presenta como un nuevo Tetragrama destinado a reemplazar al que
se había perdido; de hecho, estas cuatro letras, que no son más que iniciales
que no constituyen propiamente una verdadera palabra, no pueden expresar aquí
sino la situación de la tradición cristiana frente a la hebrea, o el reemplazo
de la "Antigua Ley" por la "Nueva Ley", y sería difícil decir si esta última
representa un estado más próximo al estado primordial, a menos que no quiera
entendérselo en el sentido de que el Cristianismo ha cumplido una
"reintegración" abriendo ciertas nuevas posibilidades para el retorno a aquel
estado, lo que por otra parte es de alguna manera cierto para toda forma
tradicional constituida en una determinada época y en conformidad más particular
con las condiciones de dicha época. Conviene agregar que al significado
simplemente religioso y exotérico se superponen naturalmente otras
interpretaciones de orden principalmente hermético, que están lejos de carecer
de interés en sí mismas; pero estas últimas, además de alejarse de la
consideración de los nombre divinos que es esencialmente inherente a la "palabra
perdida", contienen algo que proviene más del hermetismo cristiano que de la
Masonería propiamente dicha, y, sean cuales sean las afinidades existentes entre
ambas formas, no es posible sin embargo considerarlas idénticas, pues, si bien
usan hasta cierto punto los mismos símbolos, no dejan de provenir de "técnicas"
iniciáticas muy diferentes en más de un aspecto. Por otra parte, "la palabra"
del grado de Rosa-Cruz se refiere claramente al punto de vista de una forma
tradicional determinada, lo que nos sitúa en todo caso muy lejos del retorno a
la tradición primordial, que está más allá de todas las formas particulares.
Bajo este aspecto, como bajo muchos otros, el grado del Royal Arch
tendría sin duda más razones que el de Rosa-Cruz para considerarse como el
nec plus ultra de la iniciación masónica.
Pensamos que nos hemos extendido
suficientemente sobre estas distintas "sustituciones", y, para concluir, debemos
volver a considerar el grado de Maestro, a fin de buscar solución a otro de los
enigmas que plantea: ¿cómo es posible que la "pérdida de la palabra" se presente
como una consecuencia de la muerte de Hiram, cuando, según la leyenda, había
otros que igualmente la poseían? Esta cuestión, en efecto, deja perplejos a
mucho masones, por lo menos a aquellos que reflexionan un poco sobre el
simbolismo, y algunos llegan a considerarla algo inverosímil, pues les parece
totalmente imposible explicarlo aceptablemente, mientras que, como veremos, se
trata en realidad de todo lo contrario.
El problema puede plantearse con
más precisión de la manera siguiente: en la época de la construcción del Templo,
la "palabra" de los Maestros estaba, según la leyenda del grado, en posesión de
tres personajes que tenían el poder de comunicarla: Salomón, Hiram, rey de Tiro,
e Hiram-Abi; admitido esto, ¿cómo puede bastar la muerte de este último para
causar la pérdida de la "palabra"? La respuesta es que, para comunicarla
regularmente y en forma ritual, se necesitaba el concurso de los "tres primeros
Grandes Maestros", de tal manera que la ausencia o desaparición de uno sólo de
ellos hacía imposible esta comunicación, así como es imposible formar un
triángulo si no es con tres ángulos; y esto no es una simple comparación o una
aproximación más o menos imaginativa y privada de todo fundamento real, como
podrían pensar los que no están acostumbrados a percibir ciertas
correspondencias simbólicas. En efecto, una Logia operativa no puede abrirse sin
el concurso de tres Maestros,
provistos de tres varillas cuyas longitudes están respectivamente en relación
con los números 3, 4 y 5; y solamente a partir del momento en que estas tres
varillas han sido aproximadas y dispuestas en forma tal de conformar el
triángulo rectángulo pitagórico es cuando puede tener lugar la apertura de los
trabajos. Dicho esto, es fácil comprender que, de forma similar, una palabra
sagrada pueda estar compuesta de tres partes, tales como tres sílabas,
no pudiendo cada una de las cuales ser pronunciada más que por uno de los tres
Maestros, de manera que, a falta de uno de ellos, tanto la palabra como el
triángulo quedarían incompletos, y nada válido podría realizarse, como veremos
más adelante cuando retornemos sobre este punto.
Señalaremos incidentalmente otro
caso en el que se halla también un simbolismo del mismo género, al menos con
respecto a lo que nos interesa ahora: en ciertas corporaciones medievales, el
cofre que contenía el "tesoro" tenía tres cerraduras cuyas llaves estaban
confiadas a tres oficiales diferentes, de manera que se necesitaba la presencia
simultánea de los tres para poder abrir el cofre. Naturalmente, quienes
consideran las cosas de una manera exclusivamente superficial pueden no ver en
todo esto más que una medida de precaución contra una posible infidelidad; pero,
como frecuentemente sucede en casos similares, la explicación únicamente
exterior y profana es completamente insuficiente, y aún admitiendo que sea
legítima en su orden, nada impide de manera alguna que el mismo hecho tenga un
significado simbólico mucho más profundo que le otorga todo su valor real.
Pensar de otro modo equivale a desconocer por completo el punto de vista
iniciático, y, por lo demás, es sabido que la llave posee en sí misma un
simbolismo lo suficientemente importante como para justificar lo que hemos dicho.
Volviendo al triángulo rectángulo
del que hemos hablado, podemos decir, después de lo que hemos visto, que la
muerte del "tercer Gran Maestro" lo torna incompleto; es a ello a lo que
corresponde, en un cierto sentido e independientemente de sus significados
propios, la forma de la escuadra del Venerable, que tiene los lados desiguales,
normalmente en relación 3 a 4, de manera que pueden considerarse como los dos
lados que forman el ángulo recto del triángulo, y en el cual está ausente la
hipotenusa, o, si se prefiere, está "sobreentendida".
Debemos señalar también que la reconstitución del triángulo completo, tal como
figura en las insignias del Past Master, implica, o al menos debería
teóricamente implicar, que éste ha llegado a realizar la reconstitución de lo
que se había perdido.
En cuanto a la palabra sagrada que
sólo puede ser comunicada por el concurso de tres personas, es muy significativo
que justamente este carácter se verifique en la palabra que, en el grado del
Royal Arch, se considera representante de la "palabra reencontrada", y cuya
comunicación regular no es efectivamente posible más que de esta forma. Las tres
personas de que se trata forman entre sí un triángulo, y las tres partes de la
palabra que, como explicamos anteriormente, son entonces las tres sílabas
correspondientes a otros tantos nombres divinos de diferentes tradiciones,
"pasan" sucesivamente, si así puede decirse, de uno a otro de los lados del
triángulo, hasta que la palabra sea completamente "justa y perfecta". Aunque en
realidad no se trate aquí sino de otra "palabra sustituta", el hecho de que el
Royal Arch sea, en cuanto a su filiación operativa, el más "auténtico' de
todos los grados superiores, otorga a esta forma de comunicación una importancia
innegable que confirma la interpretación de lo que a este respecto permanece
oscuro en el simbolismo del grado de Maestro, tal como actualmente es
practicado.
A propósito de ello, añadiremos
todavía una observación sobre el Tetragrama hebreo: puesto que éste es uno de
los nombres divinos más frecuentemente asimilados a la "palabra perdida", debe
haber también en él algo que corresponda a lo que acabamos de decir, ya que el
mismo carácter, desde el momento en que es verdaderamente esencial, debe estar
de algún modo en todo lo que tal "palabra" representa de manera más o menos
adecuada. Lo que queremos decir es que, para que la correspondencia simbólica
sea exacta, la pronunciación del Tetragrama debería ser necesariamente
trisilábica; pero ya que el mismo se escribe normalmente con cuatro letras,
podría decirse que, según el simbolismo numérico, el número 4 se refiere aquí al
aspecto "substancial" de la palabra (en tanto que ésta esté escrita, o se
deletree conforme a la escritura, que ejerce la función de un soporte
"corpóreo"), y el 3 a su aspecto "esencial" (en tanto que la palabra sea
pronunciada integralmente por la voz, lo único que otorga el "espíritu" y la
"vida"). De ello se desprende que la forma Jehovah, si bien no puede ser
considerada como la verdadera pronunciación del Nombre, que ya nadie conoce, la
representa al menos mucho mejor al constar de tres sílabas (y su misma
antigüedad, en cuanto transcripción aproximativa en las lenguas occidentales,
podría ya por sí misma dejarlo entrever) que la forma Yahveh, puramente
engañosa e inventada por los exégetas y los "críticos" modernos, y que, no
poseyendo más que dos sílabas, resulta evidentemente inapropiada para una
transmisión ritual como ésta de la que estamos hablando.
Habría con seguridad mucho más para
decir sobre todo esto, pero debemos finalizar aquí estas consideraciones ya
demasiado extensas, y que, volvamos a decirlo para terminar, no tiene más
pretensión que la de aclarar un poco algunos aspectos de esta cuestión tan
compleja de la "palabra perdida".
Artículo publicado originalmente en
Études Traditionnelles, julio-diciembre de 1948.
NOTAS
El Rey del Mundo,
cap. V.
A este respecto, es interesante destacar
que, de acuerdo con algunas de estas leyendas, de una de estas ramas se habría
obtenido la madera utilizada para construir la Cruz.
Es entonces completamente inútil
investigar cuál hubiera podido ser la planta de donde provenía el soma.
Independientemente de cualquier otra consideración, no podemos dejar de
experimentar una cierta sensación de gratitud cada vez que un orientalista,
tratando del soma, nos ahorra el "cliché" convencional de la asclepias
acida.
El Rey del Mundo,
cap. VI.
Podría señalarse al respecto
que lo que es designado como "don de lenguas" (ver Apreciaciones sobre la
Iniciación, cap. XXVII) se identifica con el conocimiento de la lengua
primitiva entendida simbólicamente.
Apenas hay necesidad de
señalar cuán inverosímil sería este hecho si quisiéramos tomarlo al pie de la
letra: ¿cómo un corto período de setenta años habría podido bastar para que
nadie conservara memoria de los caracteres antiguos? Aunque, ciertamente, no
es casual que ello sucediera en esa época de readaptaciones tradicionales que
fue el siglo VI a.C.
Es muy probable que los cambios
verificados en los ideogramas chinos en más de una oportunidad deban también
interpretarse del mismo modo.
Esta transmisión es comparable
exactamente a la de un mantra en la tradición hindú.
El
término diáspora o "dispersión" (en hebreo galûth) define muy
bien el estado de un pueblo cuya tradición se ve privada de su centro normal.
Sobre este punto, ver
Apreciaciones sobre la Iniciación, cap. XXXIX.
El Rey del Mundo,
capítulos IV y V.
Estas deformaciones han dado lugar
también a dos palabras por así decir distintas: una "palabra sagrada” y una
"palabra de paso" intercambiables según los diferentes ritos, pero que en
realidad no son más que una sola.
No se trata aquí de rastrear si las
múltiples deformaciones de la palabra misma y de su significado hayan sido o
no intencionadas, lo que sin duda sería difícil de establecer a falta de datos
precisos sobre las circunstancias en que de hecho se produjeron. Lo que en
todo caso es seguramente cierto es que éstas han acarreado el hecho de
disimular completamente lo que puede considerarse el punto más esencial del
grado de Maestro, al cual convirtieron así en un enigma aparentemente carente
de solución.
Con respecto al "primer Nombre de Dios"
según ciertas tradiciones iniciáticas, ver La Gran Triada, cap. XXV.
Señalemos de paso que en el grado de
Maestro no sólo se habla de una "palabra sustitutiva" sino también de un
"signo sustitutivo". Si la "palabra perdida" se identifica simbólicamente con
el Tetragrama, ciertos indicios permiten suponer que correlativamente el
"signo perdido" debería identificarse con la bendición de los Kohanim.
Aquí tampoco debería verse la expresión literal de un hecho histórico, ya que
en realidad este signo jamás se ha perdido; pero al menos uno podría
legítimamente preguntarse si, desde el momento en que el Tetragrama ya no fue
pronunciado, el signo en cuestión habría conservado todavía efectivamente todo
su valor ritual.
Dejamos naturalmente de lado los
demasiado numerosos grados de ciertos "sistemas" que tienen un carácter más
bien engañoso, y que reflejan solamente las concepciones particulares de sus
autores.
No se puede sin embargo decir estrictamente que formen parte integrante de
ella, con la sola excepción del Royal Arch.
Utilizamos aquí la palabra "recuerdos" (souvenirs
en el original) para no tener que entrar en una discusión sobre la filiación
más o menos directa de estos grados, lo que podría llevarnos demasiado lejos,
en especial en lo que concierne a las organizaciones que se remontan a
diversas formas de iniciación caballeresca.
Al menos como una razón subsidiaria, hay
que indicar el hecho de que los siete grados con los que contaba la antigua
Masonería operativa están reducidos a tres. Al no conocer esos grados los
fundadores de la Masonería especulativa, se originaron graves lagunas que, a
pesar de ciertas "rectificaciones" posteriores, no han podido subsanarse por
completo en el marco del actual sistema de tres grados simbólicos. No
obstante, hay algunos "altos grados" que parecen ser tentativas por remediar
esta falta, aunque no puede decirse que se haya logrado en su totalidad por
carecer de la verdadera transmisión operativa indispensable para ello.
El Maestro, al poseer “la
plenitud de los derechos masónicos” tiene especialmente el de conocer todos
los conocimientos incluidos en la forma iniciática a la cual pertenece; es lo
que esxpresaba en otro tiempo bastante claramente la antigua concepción del
“Maestro en todos los grados”, que parece completamente olvidada hoy.
Nos remitimos a lo que ya indicamos sobre
este tema en diversas ocasiones, especialmente en nuestro estudio sobre La
piedra angular (números de abril y mayo de 1940). (Nota del Editor: Ver
también el capítulo XLIII de Símbolos de la Ciencia Sagrada).
Debe quedar claro que lo que estamos
diciendo se refiere al Royal Arch del Rito inglés, que, a pesar de la
similitud del título, tiene muy pocas relaciones con el grado denominado
Royal Arch of Henoch, una de cuyas versiones se convirtió en el grado 13°
del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y en el cual la "palabra reencontrada"
está representada por el Tetragrama mismo, grabado sobre una plancha dorada
colocada en la "novena bóveda". La atribución de este depósito a Henoch
constituye, por otro lado, en lo que concierne al Tetragrama hebreo, un
evidente anacronismo, pero puede interpretarse como el indicio de una
intención de remontarse hasta la tradición primordial, o, por lo menos,
"antediluviana".
Los Maestros son aquí los que poseen el
séptimo y último grado operativo, al cual pertenecía primitivamente la leyenda
de Hiram; y es por tal motivo que la leyenda era desconocida por los
Compañeros "aceptados" que fundaron por propia iniciativa la Gran Logia de
Inglaterra en 1717, y que naturalmente no podían trasmitir nada más que lo que
ellos mismos habían recibido.
La sílaba es realmente el elemento no
descomponible de la palabra pronunciada. Por otra parte hay que señalar que la
"palabra sustitutiva" misma, en sus diferentes formas, está compuesta siempre
de tres sílabas que se enuncian por separado en su pronunciación ritual.
No podemos extendernos aquí acerca de los
diferentes aspectos del simbolismo de la llave, especialmente sobre su
carácter axial (ver La Gran Triada, cap. VI), pero al menos podemos
destacar que en los antiguos "catecismos" masónicos, la lengua está
representada como la "llave del corazón". La relación entre el corazón y la
lengua simboliza la existente entre "pensamiento" y "palabra", es decir, de
acuerdo con el significado cabalístico de estos dos términos considerados
principialmente, la relación existente entre el aspecto interior y el exterior
del Verbo. Así se explica también que entre los antiguos egipcios (quienes
usaban llaves de madera que tenían precisamente forma de lengua) la
persicaria, cuyo fruto tiene la forma de un corazón y las hojas la de una
lengua, tuviera un carácter sagrado (ver Plutarco, De Isis y Osiris,
68).
A título de curiosidad, señalaremos que
en la Masonería mixta o Co-Masonería se consideró oportuno considerar la
escuadra del Venerable con lados iguales en longitud a fin de representar la
igualdad del hombre y de la mujer, lo que no tiene la más mínima relación con
su verdadero significado. Es un claro ejemplo de la incomprensión del
simbolismo y de las innovaciones imaginativas que son su consecuencia
inevitable.
Ver La Gran Triada, págs. 110 y
146.
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