iniciación femenina e iniciaciones de oficio
Capitulo XIIi
ESTUDIOS SOBRE LA
FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO
René Guénon
Se nos ha
dicho repetidas veces que, en las formas tradicionales occidentales actualmente
subsistentes, parecería no haber ninguna posibilidad de carácter iniciático para
las mujeres: muchos se preguntan cuáles pueden ser las razones de tal estado de
cosas, que es ciertamente muy lamentable, pero que sin duda sería muy difícil de
remediar. Además esto debería llevar a la reflexión a los que se imaginan que
Occidente ha otorgado a la mujer un sitial privilegiado que no ha sido jamás
logrado en ninguna otra civilización. Tal vez sea verdad en ciertos aspectos,
pero especialmente en el sentido de que Occidente, en los tiempos modernos, la
sustrajo de su papel normal permitiéndole acceder a funciones que deberían
pertenecer exclusivamente al hombre, de manera que estamos aquí en presencia de
otro caso particular del desorden de nuestra época. Desde otros puntos de vista
más legítimos, la mujer en Occidente, por el contrario, se encuentra en una
situación mucho más desventajosa que en el caso de las civilizaciones orientales,
en las cuales particularmente le ha sido siempre posible encontrar una
iniciación que le conviniera, siempre y cuando poseyera las cualificaciones
requeridas. Así por ejemplo, la iniciación islámica ha sido siempre accesible a
las mujeres, lo que, digámoslo de paso, es suficiente para refutar algunos
absurdos que en Europa se acostumbra a atribuir al Islam.
Volviendo al
mundo occidental, está claro que no nos referimos aquí a la Antigüedad, cuando
con toda seguridad existieron iniciaciones femeninas y donde incluso algunas lo
eran excluyentes de los varones, así como hubo otras exclusivamente masculinas.
Pero ¿cuál era la situación en el Medioevo? Sin duda no es imposible que las
mujeres hayan sido admitidas en ese entonces en algunas organizaciones
poseedoras de una iniciación propia del esoterismo cristiano, e incluso ello es
perfectamente verosímil;
pero como tales organizaciones están entre aquellas de las que ya desde hace
mucho tiempo no quedan rastros, es muy difícil tratar de las mismas con certeza
y precisión y, en todo caso, es muy posible que no hubiese nunca más que
posibilidades muy restringidas. En cuanto a la iniciación caballeresca, es más
que evidente que por su misma naturaleza no podría absolutamente convenir a las
mujeres. Lo mismo puede decirse respecto a las iniciaciones de oficio, o al
menos de las más importantes entre ellas y de aquellas que, de una u otra manera,
se continuaron hasta nuestros días. Ésta es precisamente la razón verdadera de
la ausencia de toda iniciación femenina en el Occidente actual: todas las que
subsisten se basan esencialmente sobre oficios cuyo ejercicio pertenece
exclusivamente a los hombres, y es ésta como decíamos la razón por la que no
vemos muy bien como podría superarse tan fastidiosa laguna, a menos que se
encuentre algún día el medio de realizar una hipótesis que pasamos a considerar
a continuación. Sabemos bien que algunos de nuestros contemporáneos han pensado
que en el caso en el cual el ejercicio efectivo de un oficio haya desaparecido,
la exclusión de las mujeres de la iniciación correspondiente había perdido por
ello mismo su razón de ser; pero eso es un verdadero sinsentido, pues la
iniciación no está por ello cambiada, y, como hemos ya explicado en otro lugar,
este error implica un total desconocimiento del significado y del real alcance
de las cualificaciones iniciáticas. Como decíamos entonces, la conexión con el
oficio, totalmente independiente de su ejercicio exterior, permanece inscrita
necesariamente en la forma misma de la iniciación, y en aquello que la
caracteriza y constituye esencialmente como tal, de modo que en ningún caso
podría ser válida para quienquiera no fuera apto para ejercer el oficio en
cuestión. Naturalmente, nos estamos refiriendo en particular a la Masonería, ya
que por lo que hace al Compañerazgo, el ejercicio del oficio no ha dejado jamás
de considerarse como condición indispensable; por lo demás no conocemos ningún
otro ejemplo de una desviación de este tipo más que la "Masonería mixta", que
por tal razón no podrá nunca ser considerada "regular" por nadie que al menos
comprenda mínimamente los principios de la Masonería. En el fondo la existencia
de esta "Masonería Mixta" (o Co-Masonry como se la denomina en los países
de habla inglesa) constituye simplemente una tentativa de introducir en el
ámbito iniciático mismo, que por sobre cualquier otro debería estar exento,
aquella concepción "igualitaria" que, rehuyendo ver las diferencias de la
naturaleza existentes entre los seres, llega hasta atribuir a las mujeres una
función propiamente masculina , y que está además manifiestamente en la raíz de
todo el "feminismo" contemporáneo.
Ahora bien, el
problema que se plantea es el siguiente: ¿por qué todos los oficios que están
incluidos en el Compañerazgo son exclusivamente varoniles, y por qué ningún
oficio femenino parece haber dado origen a una iniciación de este tipo? A decir
verdad es ésta una cuestión bastante compleja y no pretendemos resolverla por
entero aquí; dejando de lado la investigación de contingencias históricas
intervinientes, diremos solamente que puede haber ciertas dificultades
particulares, de las cuales una de las principales posiblemente se deba al hecho
que, desde el punto de vista tradicional, los oficios femeninos deben
normalmente ejercerse en casa, y no como en el caso de los masculinos, fuera de
ella. Sin embargo, una dificultad de este tipo no es insuperable, y podría
solamente requerir algunas modalidades especiales en la constitución de una
organización iniciática; y, por otra parte, no hay duda alguna que hay oficios
femeninos perfectamente susceptibles de servir de soporte para una iniciación.
Podemos citar, a título de ejemplo, el tejido, del cual hemos expuesto en una de
nuestras obras su simbolismo particularmente importante;
este oficio es además de los que pueden ejercerse a la vez por hombres y por
mujeres; como ejemplo de un oficio más exclusivamente femenino, citaremos el
bordado, al que se refieren directamente las consideraciones sobre el simbolismo
de la aguja, del que ya hemos hablado en diversas ocasiones, así como algunas de
las que conciernen al sûtrâtmâ.
Es fácil entender cómo podrá haber por este lado, en principio al menos,
posibilidades de iniciación femenina que no serían desdeñables; pero decimos en
principio porque desafortunadamente, en las condiciones actuales, no hay de
hecho ninguna transmisión auténtica que permita realizar tales posibilidades; y
no nos cansaremos de repetir, visto que se trata de algo que muchos parecen
perder siempre de vista, que a falta de tal transmisión no puede haber
iniciación valida, ya que ésta no puede ser de ninguna manera constituida por
iniciativas individuales que, cualesquiera que sean, no pueden, por sí solas,
originar sino una pseudo-iniciación, puesto que falta necesariamente el elemento
suprahumano, vale decir, la influencia espiritual.
De todos modos
podría tal vez entreverse una solución considerando lo siguiente: los oficios
que pertenecen al Compañerazgo tuvieron siempre, habida cuenta de sus afinidades
más particulares, la facultad de afiliar tales o cuales oficios, y conferir a
éstos una iniciación de la que antes carecían, iniciación que es regular por el
hecho mismo de ser una adaptación de una iniciación preexistente: ¿no habría
algún oficio que sea susceptible de efectuar tal transmisión con relación a
determinados oficios femeninos? El asunto no parece enteramente imposible, y
quizá no carece de antecedentes en el pasado.
Sin embargo no hay que ocultar que habría grandes dificultades respecto de la
necesaria adaptación, que evidentemente es mucho más delicada que si se tratara
de oficios masculinos: ¿dónde podrían encontrarse hoy hombres suficientemente
competentes como para lograr tal adaptación en un espíritu rigurosamente
tradicional y guardándose de introducir la menor fantasía que arriesgaría
comprometer la validez de la iniciación trasmitida?
De cualquier manera, no podemos obviamente hacer otra cosa que formular una
sugerencia, ya que no nos toca a nosotros ir más lejos en este sentido; pero
oímos tan frecuentemente deplorar la inexistencia de una iniciación femenina
occidental que nos ha parecido que valía la pena indicar al menos lo que, en
este orden, nos parecía constituir la única posibilidad actualmente subsistente.
Publicado
originalmente en Etudes Traditionnelles, julio-agosto de 1948.
NOTAS
Un caso como
el de Juana de Arco parece muy significativo a este respecto, a pesar de los
múltiples enigmas de los que está rodeado.
Aperçus sur
l´Initiation,
cap. XIV.
Entiéndase
bien que hablamos aquí de una Masonería donde las mujeres son admitidas al
mismo título que los hombres, y no de la antigua "Masonería de adopción", que
tenía solamente como fin el dar satisfacción a las mujeres que se lamentaban
de estar excluidas de la Masonería, confiriéndoles un simulacro de iniciación
que, si era totalmente ilusorio y no tenía ningún valor real, no tenía al
menos ni las pretensiones ni los inconvenientes de la "Masonería mixta".
Le
Symbolisme de la Croix,
cap. XIV.
Ver
especialmente "Encuadres y laberintos", en el número de octubre-noviembre de
1947: los dibujos de Durero y de Vinci de los que se trata podrían ser
considerados, y lo han sido además por algunos, como representando modelos de
bordado. (Véase Symboles de la Science Sacrée, cap. LXVI).
Hemos visto
mencionar en alguna parte que, en el siglo XVIII, una corporación femenina al
menos, la de las alfileteras, habría sido afiliada así al Compañerazgo;
lamentablemente, nuestros recuerdos no nos permiten aportar más precisiones al
respecto.
El peligro
sería en suma hacer en el Compañerazgo, o a su lado, algo que no tendría más
valor real que la "Masonería de adopción" de la que antes hablábamos; y aún
los que instituyeron ésta sabían al menos a qué atenerse, mientras que, en
nuestra hipótesis, los que quisieran instituir una iniciación "compañónica"
femenina sin tener en cuenta ciertas condiciones necesarias serían como
consecuencia de su incompetencia, los primeros en hacerse vanas ilusiones.
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