ACERCA DEL GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO
anexo Vi
ESTUDIOS SOBRE LA
FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO
René Guénon
Hacia el final de nuestro precedente
estudio,
hemos hecho alusión a ciertos astrónomos contemporáneos a los que se les ocurre
a veces salirse del dominio que les es propio, para darse a digresiones teñidas
de una filosofía que no es ciertamente injusto señalar como totalmente
sentimental, pues esencialmente poética en su expresión. Quien dice
sentimentalismo dice siempre antropomorfismo, pues éste lo es de varios tipos; y
aquel del que hablamos a este particular es el que se ha primero manifestado
como una reacción contra la cosmogonía geocéntrica de las religiones reveladas y
dogmáticas, para desembocar en las concepciones estrechamente sistemáticas de
sabios que quieren limitar el Universo a la medida de su comprehensión actual
por una parte, y, por otra parte, de las creencias por lo menos tan singulares y
poco racionales (en razón misma de su carácter de creencias totalmente
sentimentales) como las que pretenden reemplazar.
Sobre uno y otro de estos dos productos de la misma mentalidad, tendremos
igualmente que volver a continuación; pero es bueno comprobar que se unen a
veces, y apenas es necesario recordar, para dar un ejemplo, la famosa "religión
positivista" que Auguste Comte instituyó hacia el fin de su vida. Que no se crea,
por otro lado, que somos en absoluto hostiles a los positivistas; nosotros
tenemos, al contrario, por ellos, cuando son estrictamente positivistas,
y a pesar de que su positivismo se queda forzosamente incompleto, muy diferente
estima a la que sentimos por los filósofos doctrinarios modernos, ya se declaren
monistas o dualistas, espiritualistas o materialistas.
Pero volvamos a nuestros
astrónomos; entre ellos, uno de los más conocidos del gran público (y por ese
sólo motivo le citamos antes que a cualquier otro, aunque tuviese un valor
científico muy superior) es, sin duda, Camille Flammarion, al que vemos, incluso
en aquellas de sus obras que parecerían deber ser puramente astronómicas, decir
cosas como éstas:
( ... Si los mundos
murieran para siempre, si los soles una vez extinguidos no se encendieran ya más,
es probable que no hubiera ya estrellas en el cielo.
"¿y eso por qué?
Porque la creación es tan
antigua, que podemos considerarla como eterna en el pasado.
Desde la época de su formación, los innumerables soles del espacio han tenido
largo tiempo para extinguirse. Con relación a la eternidad pasada (sic),
no hay más que los nuevos soles que brillan. Los primeros están extinguidos. La
idea de sucesión se impone, pues, por sí misma a nuestro espíritu.
"Cualquiera que sea la
creencia íntima que cada uno de nosotros haya adquirido en su conciencia sobre
la naturaleza del Universo, es imposible admitir la antigua teoría de una
creación hecha de una vez por todas.
La idea de Dios ¿no es, por sí misma, sinónimo de la idea de Creador? Desde el
momento que Dios existe, él crea; si no hubiera creado más que una vez, no
habría ya soles en la inmensidad, ni planetas impulsando alrededor de ellos la
luz, el calor, la electricidad y la vida.
Es preciso, con absoluta necesidad, que la creación sea perpetua.
Y, si Dios no existiera, la antigüedad, la eternidad del Universo se impondría
con mayor fuerza aún".
El autor declara que la
existencia de Dios "no es más que una cuestión de filosofía pura y no de ciencia
positiva", lo que no le impide querer demostrar, en otro lugar,
si no científicamente, al menos con argumentos científicos, esta misma
existencia de Dios, o más bien de un dios, deberíamos decir, y aún de un dios
muy poco luminoso,
puesto que no es más que un aspecto del Demiurgo; Es el autor mismo quien lo
declara, al afirmar que para él, "la idea de Dios es sinónimo de la de Creador",
y, cuando habla de creación, se trata siempre solamente del mundo físico, es
decir, del contenido del espacio que el astrónomo tiene posibilidad de explorar
con su telescopio.
Por lo demás, hay sabios que se afirman ateos solamente porque les es imposible
hacerse del Ser Supremo otra concepción que la citada, la cual repugna
demasiado fuertemente a su razón (lo que testimonia al menos en favor de ésta);
pero Flammarion no está entre éstos, puesto que, al contrario, no pierde ocasión
de hacer una profesión de fe deísta. Aquí mismo, sobre todo tras el pasaje que
hemos citado precedentemente, es conducido, por consideraciones tomadas de una
filosofía totalmente atomista, a formular esta conclusión: "La vida es universal
y eterna".
El pretende haber llegado a tal conclusión por la ciencia positiva solamente (¡por
medio de muchas hipótesis!); pero es bastante singular que esta misma conclusión
haya sido desde hace mucho tiempo afirmada y enseñada dogmáticamente por el
Catolicismo, como surgiendo exclusivamente del dominio de la fe.
Si la ciencia y la fe debían reunirse tan exactamente, no valía la pena
reprochar con tanta acrimonia a esta religión las molestias que Galileo tuvo
antaño que sufrir de parte de sus representantes por haber enseñado la rotación
de la Tierra y su revolución alrededor del Sol, opiniones contrarias a un
geocentrismo que se quería entonces apoyar sobre la interpretación exotérica (y
errónea) de la Biblia, pero de la cual, en nuestra época, los más ardientes
defensores (pues aún los hay) ¿no se encuentran quizás más entre los fieles de
las religiones reveladas?
Viendo a Flammarion mezclar así el
sentimentalismo con la ciencia so pretexto de "espiritualismo", no podemos
sorprendernos de que haya llegado bastante rápidamente a un "animismo" que, como
el de un Crookes, de un Lombroso (al final de su vida) o de un Richet (otros
tantos ejemplos del fracaso de la ciencia experimental de cara a la mentalidad
formada desde hace largo tiempo en Occidente por la influencia de las religiones
antropomórficas), no difiere apenas del espiritismo ordinario más que por la
forma, para salvar las apariencias "científicas". Pero lo que podría sorprender
más, si se pensara que la concepción de un Dios individual, más aún que
"personal", no podría satisfacer todas las mentalidades, ni incluso todas las
sentimentalidades, lo que, decimos nosotros, sorprendería quizá más, es
reencontrar esta misma "filosofía científica" sobre la cual Flammarion edifica
su neoespiritualismo, y expuesta en términos casi idénticos, bajo la pluma de
otros sabios que de ella se sirven precisamente para justificar al contrario una
concepción materialista del Universo. Bien entendido, no podemos dar más la
razón a los unos que a los otros, pues el espiritualismo o el "vitalismo" o el "animismo"
de los unos, son tan extraños a la pura metafísica, como el materialismo y el "mecanicismo"
de los otros, y todos se hacen del Universo, concepciones igualmente limitadas,
aunque de manera diferente;
todos toman por el infinito y la eternidad lo que no es en realidad más que la
indefinidad espacial y la indefinidad temporal. "La creación se desarrolla en el
infinito y en la eternidad", escribe en efecto Flammarion,
y sabemos en qué sentido restringido entiende él la creación; dejémosle con esta
afirmación y vamos ahora, sin más tardar, a lo que es la causa del presente
artículo.
En "La Acacia" de marzo de 1911, ha
aparecido un artículo del H.·. M.-I. Nergal sobre "La cuestión del Gran
Arquitecto del Universo"; cuestión que había ya sido tratada precedentemente
en la misma revista, por el llorado H.·.Ch.-M. Limousin y por el H.·. Oswald
Wirth; nosotros hemos comentado algo al respecto hace más de un año.
Ahora bien, si hemos citado a
Flammarion como simple ejemplo de la tendencia neoespiritualista de ciertos
sabios contemporáneos, podemos tomar muy bien al H.·. Nergal como ejemplo de la
tendencia materialista de ciertos otros. En efecto, se afirma claramente como
tal, rechazando todas las otras denominaciones que (como la de "monista"
especialmente) podrían dar lugar a algún equívoco; y se sabe que en realidad,
los verdaderos materialistas son muy poco numerosos. Además les es muy difícil
conservar siempre una actitud estrictamente lógica: mientras que creen ser
espíritus rigurosamente científicos,
su concepción del Universo no es sino una visión filosófica como cualquier otra
en la construcción de la cual entran buen número de elementos de orden
sentimental; hay incluso entre ellos quienes van tan lejos en el sentido de la
preponderancia permitida (al menos en la práctica) al sentimentalismo sobre la
intelectualidad, que se pueden encontrar casos de verdadero misticismo
materialista. ¿No es, en efecto, un concepto eminentemente místico y religioso
el de una moral absoluta (o que se dice tal), que puede ejercer sobre la
mentalidad de un materialista una influencia lo bastante poderosa como para
hacerle confesar que, aunque no hubiera ningún motivo racional para ser
materialista, él permanecería siéndolo aún, únicamente porque es "más bello" "hacer
el bien" sin esperanza de alguna posible recompensa? Tal es, sin duda, una de
esas "razones" que la razón ignora, pero creemos que el H.·. Nergal mismo
concede una importancia demasiado grande a las consideraciones de orden moral
para denegar todo valor a tal argumento.
Como quiera que sea, en el artículo
al cual acabamos de hacer alusión, el H.·. Nergal define el Universo como "el
conjunto de los mundos que gravitan a través de los infinitos (sic)";
¿no parecería estar oyendo a Flammarion? Es precisamente con una afirmación
equivalente a ésta como hemos dejado antes a este último, y hacemos la
observación primero para poner de manifiesto la similitud de ciertas
concepciones entre hombres que, debido a sus tendencias individuales respectivas,
deducen doctrinas filosóficas diametralmente opuestas.
Hemos pensado que la cuestión del Gran
Arquitecto del Universo, por otro lado estrechamente ligada a las
consideraciones que preceden, era de aquellas sobre las cuales es bueno volver a
veces, y, puesto que el H.·. Nergal desea que su artículo dé lugar a respuestas,
expondremos aquí alguna de las reflexiones que nos ha sugerido, ello sin ninguna
pretensión dogmática, bien entendido, pues la interpretación del simbolismo
masónico no podría admitirla.
Hemos ya dicho que para nosotros, el
Gran Arquitecto del Universo constituye únicamente un símbolo iniciático, que se
debe tratar como todos los otros símbolos, y del cual se debe buscar antes que
nada hacerse una idea racional;
es decir, que esta concepción nada puede tener en común con el Dios de las
religiones antropomórficas, que es no solamente irracional, sino incluso
antirracional.
Sin embargo, si pensamos que "cada uno puede dar a este símbolo la significación
de su propia concepción filosófica" o metafísica, estamos lejos de asimilarlo a
una idea tan vaga e insignificante como "El Incognoscible" de Herbert Spencer,
o, en otros términos, a "lo que la ciencia no puede alcanzar"; y es bien cierto
que, como dice con razón el H.·. Nergal, "si nadie contesta que existe lo
desconocido,
nada absolutamente nos autoriza a pretender, como algunos lo hacen, que eso
desconocido represente un espíritu, una voluntad". Sin duda, "lo desconocido
retrocede" y puede retroceder indefinidamente; es pues limitado, lo que viene a
significar que no constituye más que una fracción de la Universalidad; por lo
tanto, tal concepción no podría ser la del Gran Arquitecto del Universo, que
debe, para ser verdaderamente universal, implicar todas las posibilidades
particulares contenidas en la unidad armónica del Ser Total.
El H.·. Nergal tiene razón aún cuando
dice que frecuentemente "la fórmula del Gran Arquitecto no corresponde más que a
un vacío absoluto, incluso entre los que son partidarios de ella", pero es poco
verosímil que haya ocurrido lo mismo entre los que la han creado, pues ellos han
debido querer inscribir en el frontón de su edificio iniciático otra cosa que
una palabra vacía de sentido. Para adivinar su pensamiento, basta evidentemente
preguntarse lo que significa esta palabra en sí misma, y, desde este punto de
vista precisamente, nosotros la encontramos tanto mejor apropiada para el uso
que de ella se hace cuanto que corresponde admirablemente al conjunto del
simbolismo masónico, al que domina e ilumina todo entero, como la concepción
ideal que preside la construcción del Templo Universal.
El Gran Arquitecto, en efecto, no es
el Demiurgo, es algo más, infinitamente más incluso, pues representa una
concepción mucho más elevada: él traza el plano ideal
que es realizado en acto, es decir, manifestado en su desarrollo indefinido (pero
no infinito), por los seres individuales que son contenidos (como posibilidades
particulares, elementos de esta manifestación al mismo tiempo que sus agentes)
en su Ser Universal; y es la colectividad de esos seres individuales,
considerada en su conjunto, la que en realidad, constituye el Demiurgo, el
artesano o el obrero del Universo.
Esta concepción del Demiurgo, que es la que hemos expuesto precedentemente en
otro estudio, corresponde en la Kábala, al "Adán Protoplastos"(primer formador)
mientras que el Gran Arquitecto, es idéntico al "Adam Kadmon", es decir, al
Hombre Universal.
Esto basta para marcar la profunda
diferencia que existe entre el Gran Arquitecto de la Masonería, por una parte, y
por otra, los dioses de las diversas religiones, que no son más que aspectos
diversos del Demiurgo. Por otra parte, es erróneamente como, al Dios
antropomorfo de los Cristianos exotéricos, el H.·. Nergal asimila Jehovah,
es decir, el Hierograma del Gran Arquitecto del Universo mismo (cuya idea, a
pesar de esta designación nominal, permanece mucho más indefinida de lo que el
autor puede incluso suponer). Y Allâh, otro tetragrama cuya composición
jeroglífica designa muy claramente al Principio de la Construcción Universal;
tales símbolos no son de ningún modo personificaciones, y lo son tanto menos
cuanto que está prohibido representarlos por cualquier figura.
Por otra parte, tras lo que acabamos
de decir se ve que, en realidad, no se ha hecho más que querer reemplazar la
fórmula antiguamente en uso, "A la Gloria del Gran Arquitecto del Universo" (o
del Sublime Arquitecto de los Mundos en el Rito Egipcio), por otras fórmulas
exactamente equivalentes, cuando se ha propuesto sustituirla por estas palabras:
"A la Gloria de la Humanidad", debiendo ésta ser entonces comprendida en su
totalidad, que constituye el Hombre Universal,
o incluso: "A la Gloria de la Francmasonería Universal", pues la Francmasonería
en el sentido universal, se identifica con la Humanidad integral considerada en
el cumplimiento (ideal) de la Gran Obra Constructiva.
Podríamos extendernos aún más
largamente sobre el asunto, que es naturalmente susceptible de desarrollos
indefinidos, pero para concluir prácticamente, diremos que el ateísmo en la
Masonería no es y no puede ser más que una máscara, que en los países latinos y
particularmente en Francia, ha tenido sin duda temporalmente su utilidad, se
podría casi decir su necesidad, y ello por razones diversas que no tenemos que
determinar aquí, pero que hoy se ha convertido sobre todo en peligroso y
comprometedor para el prestigio y la influencia exterior de la Orden. Esto no
quiere decir, sin embargo, que se deba por ello, imitando la tendencia pietista
que domina aún la Masonería anglosajona, pedir a la institución una profesión de
fe deísta, implicando la creencia en un Dios personal y más o menos antropomorfo.
Lejos de nosotros semejante pensamiento; aún más, si semejante declaración
viniera nunca a ser exigida en una Fraternidad iniciática cualquiera, seríamos
seguramente el primero en rechazar suscribirla. Pero la fórmula simbólica de
reconocimiento del G.·. A.·. del U.·. no comporta nada semejante; ella es
suficiente, aun dejando a cada uno la perfecta libertad de sus convicciones
personales (carácter que tiene en común con la fórmula islamita del Monoteísmo,
y, desde el punto de vista estrictamente masónico, no se puede razonablemente
exigir nada más ni otra cosa que esta simple afirmación del Ser Universal, que
corona tan armoniosamente el imponente edificio del simbolismo rituálico de la
Orden.
Texto
publicado en "La Gnose", nº de julio-agosto de 1911, firmado por T. Palingenius.
Retomado aquí como anexo documental
NOTAS
Ver "El Simbolismo de la Cruz", en "La Gnose", 2º año, nº6, p. 166.- He aquí
el pasaje en cuestión: "Si nos es imposible admitir el punto de vista
estrecho del geocentrismo, no aprobamos tampoco esta especie de lirismo
científico, o que se dice tal, que parece agradar sobre todo a ciertos
astrónomos, y en el que sin cesar se trata del "espacio infinito" y del
"tiempo eterno", que son puras absurdidades; no hay que ver ahí, como lo
mostraremos en otro lugar, más que otro aspecto de la tendencia al
antropomorfismo".
"El hombre es la medida de todas las cosas", ha dicho un filósofo griego;
pero es bien evidente que esto debe entenderse en realidad, no del hombre
individual contingente, sino del Hombre Universal.
Citemos como ejemplo, para no salir de las concepciones directamente
sugeridas por la astronomía, la extraña teoría de la migración del ser
individual a través de los diversos sistemas planetarios; hay un error del
todo análogo al de la reencarnación Ver a este respecto "La Gnose", 2º año,
nº 3, p. 94: "Una limitación de la Posibilidad Universal es, en el sentido
propio de la palabra, una imposibilidad; veremos por otro lado que esto
excluye la teoría reencarnacionista; lo mismo que el "eterno retorno" de
Nietzsche, y que la repetición simultánea en el espacio, y que la repetición
simultánea en el espacio, de individuos supuestamente idénticos, como lo
imagina Blanqui". Para la exposición de esta concepción, además de las obras
de Flammarion, ver Figuier, El Amanecer de la Muerte o la Vida futura
según la Ciencia.
Pero, bien entendido, el positivista, si quiere ser siempre lógico consigo
mismo, jamás puede tomar, de la manera que sea, una actitud negadora, dicho
de otra forma, sistemática (pues quien dice negación dice limitación y
recíprocamente).
Es una singular concepción la de una sedicente eternidad temporal, que se
compone de duraciones sucesivas, y que parece partirse en dos mitades, una
pasada y otra futura; eso no es en realidad, más que la indefinidad de la
duración, a la cual corresponde la inmortalidad humana. Tendremos ocasión de
volver sobre esta idea de una seudo eternidad divisible, y sobre las
consecuencias que han querido sacar de ella algunos filósofos
contemporáneos.
Es casi superfluo atraer la atención sobre la cantidad de puras hipótesis
que son acumuladas en algunas pocas líneas.
Uno se pregunta en nombre de qué principio es proclamada esta imposibilidad,
desde el momento que se trata de una creencia (la palabra está ahí), es
decir, algo que no surge sino de la conciencia individual.
Resulta visiblemente de esta frase, que para el autor, Dios tiene un
comienzo y está sometido al tiempo, así como al espacio.
Pero perpetuo, que no implica más que la duración indefinida, no es sinónimo
de eterno, y una antigüedad, por grande que sea, no tiene ninguna relación
con la eternidad.
Astronomía popular, p.
380 y 381.
Dios en la naturaleza,
o el Espiritualismo y el Materialismo ante la Ciencia moderna.
Se sabe que la palabra "Dios" deriva del sánscrito "Deva" que significa "luminoso";
debe entenderse bien que se trata aquí de la Luz espiritual, y no de la luz
física que no es más que su símbolo.
En efecto, la ciencia moderna no admite, al menos en principio, más que lo
susceptible de caer bajo el control de uno o varios de los cinco sentidos
corporales; desde su punto de vista estrechamente especializado, todo el
resto del Universo, es pura y simplemente considerado como inexistente.
Astronomie populaire,
p. 387.
Volveremos sobre esta cuestión de la "vida eterna"; pero podemos señalar
desde ahora que esta pretendida eternización de una existencia individual
contingente no es más que la consecuencia de una confusión entre la
eternidad y la inmortalidad. Por otra parte, esta ilusión es más fácilmente
excusable, en cierta medida, que la de los espiritistas y otros psiquistas,
que creen poder demostrar la inmortalidad "científicamente", es decir
experimentalmente, mientras que la experiencia no podrá evidentemente probar
jamás nada más que la supervivencia de algunos elementos de individualidad,
tras la muerte del elemento corporal físico; conviene añadir, que desde el
punto de vista de la ciencia positiva, incluso esta misma supervivencia de
elementos "materiales" está aún muy lejos de encontrarse sólidamente
establecida, a pesar de las pretensiones de las diversas escuelas
neoespiritualistas.
Hacemos especialmente alusión aquí a ciertos grupos de ocultistas, cuyas
teorías son por otra parte demasiado poco serias para que se les dedique el
menor desarrollo; esta simple indicación bastará ciertamente para poner a
nuestros lectores en guardia contra elucubraciones de ese género.
Habría curiosas observaciones que hacer sobre las diferentes limitaciones
del Universo concebidas por los sabios y los filósofos modernos; esa es una
cuestión que trataremos quizás algún día.
Astronomie populaire, p.
211.
Ver el artículo (ahora capítulo) "La Ortodoxia Masónica".
Si lo fueran realmente, se limitarían a ser únicamente positivistas, sin
preocuparse más del materialismo que del espiritualismo, pues las
afirmaciones (y también las negaciones) de uno y de otro sobrepasan el
alcance de la experiencia sensible.
En el artículo mismo del que aquí se trata, el H.·. Nergal habla del "ideal
de belleza y de sentimiento que tienen en perspectiva las sinceridades de
las fuertes y profundas convicciones fundadas sobre los métodos y
disciplinas científicas", sinceridades que él opone a la "del
espiritualismo de H.·. G... , fruto natural de su educación literaria.
Se podría creer que hay aquí una universalización excesiva de la ley de la
gravitación, si no se reflexionara que, para el autor como para Flammarion,
no se trata nunca más que del Universo físico, dependiente del dominio de la
astronomía, que no es más que uno de los elementos de la manifestación
universal, y que no es de ningún modo infinito; aún menos abarca una
pluralidad de infinitos, cuya coexistencia es por otra parte una pura y
simple imposibilidad (ver "El Demiurgo", en "La Gnose", año 1º, nº1, p. 8).
Ver el capítulo "La Ortodoxia Masónica" (cita del Ritual interpretativo
para el Grado de Aprendiz).
Lo que decimos aquí del antropomorfismo puede aplicarse igualmente al
sentimentalismo en general, y al misticismo, en todas sus formas.
Ello, bien entendido, con relación a las individualidades humanas
consideradas en su estado actual; pero "desconocido" no quiere
necesariamente decir "incognoscible": nada es incognoscible cuando se
consideran todas las cosas desde el punto de vista de la Universalidad.
No hay que olvidar que, como hemos ya señalado en muchas ocasiones, la
posibilidad material no es más que una de esas posibilidades particulares, y
que existe una indefinidad de otras, siendo igualmente susceptible
cada una de ellas de un desarrollo indefinido en su manifestación, es decir,
pasando de la potencia al acto (ver particularmente "Le Symbolisme de la
Croix", en "La Gnose", 2º año, nº2.
"El Arquitecto es aquel que concibe el edificio, el que dirige su
construcción", dice el H.·. Nergal mismo, y, sobre este punto aún, estamos
perfectamente de acuerdo con él; pero, si se puede decir en ese sentido que
él es verdaderamente el "autor de la obra", es evidente sin embargo que no
lo es materialmente (o formalmente, de una manera más general) "el creador",
pues el arquitecto que traza el plano no debe ser confundido con el obrero
que lo ejecuta; esa es exactamente, desde otro punto de vista, la diferencia
que existe entre la Masonería especulativa y la Masonería operativa.
Ver "El Demiurgo", en "La Gnose", año 1º, nº 1 a 4.
Y no "primer formado", como se ha dicho algunas veces equivocadamente,
cometiendo así un manifiesto contrasentido en la traducción del término
griego Protoplastes.
Ver "El Demiurgo", en "La Gnose", año 1º, nº 2, pp. 25 a 27.
En efecto, simbólicamente, las cuatro letras que forman en árabe el nombre
de Allâh equivalen respectivamente a la regla, a la escuadra, al compás y al
círculo, este último siendo reemplazado por el triángulo en la Masonería de
simbolismo exclusivamente rectilíneo; (ver "La Universalidad en el Islam" en
"La Gnose", año 2º, nº 4, p. 126).
Ni que decir tiene que, de hecho, cada individuo se hará de la Humanidad
integral una concepción que será más o menos limitada, según la extensión
actual de su percepción intelectual (lo que podríamos denominar su
"horizonte intelectual"); pero nosotros no tenemos que considerar la fórmula
más que en su sentido verdadero y completo, desprendiéndola de todas las
contingencias que determinan las concepciones individuales.
Debemos destacar que el primer precepto del Código Masónico es exactamente
formulado así: "Honra al G.·. A.·. del U.·. ", y no "Adora al G.·. A.·. del
U.·. ", esto con el fin de descartar hasta la menor apariencia de idolatría.
Esta última, no sería, en efecto, más que una apariencia, pues, como lo
prueban además las consideraciones que exponemos aquí, la fórmula que
implicara la adoración estaría suficientemente justificada por la doctrina
de la "Identidad Suprema", que, considerada en este sentido, puede
expresarse en una ecuación numérica (literal) bien conocida en la Kábala
musulmana. Según el Corán mismo, Allâh ordenó a los ángeles adorar a Adán, y
ellos lo adoraron; el orgulloso Iblis rechazó obedecer, y (es por lo que)
quedó en el bando de los infieles (cap. 2º, vers. 32).- Otra cuestión conexa
y que sería interesante, desde el doble punto de vista rituálico e
histórico, para determinar la significación y el valor original del símbolo
del G.·. A.·., se refiere a la investigación de si se debe regularmente
decir: "A la Gloria del G.·. A.·. del U.·.", según el uso que había
prevalecido en la Masonería francesa, o bien, según la fórmula inglesa: "En
el Nombre del G.·. A.·. del U.·" (I.T.N.O.T.G.A.O.T.U.)
No hay que confundir "teísmo" con "deísmo", pues el "Theos" griego comporta
una significación mucho más universal que el Dios de las religiones
exotéricas modernas; tendremos en adelante la ocasión de volver sobre este
punto.
back to top |