la ortodoxia masonica
anexo IV
ESTUDIOS SOBRE LA
FRANCMASONERÍA Y EL COMPAÑERAZGO
René Guénon
Se ha escrito
tanto sobre la cuestión de la regularidad masónica, se han dado tantas
definiciones diferentes e incluso contradictorias, que este problema, lejos de
estar resuelto, no ha hecho, quizá, sino devenir más oscuro. Parece que ha sido
mal expuesto, pues, a menudo, se tiende a fundamentar dicha regularidad sobre
consideraciones puramente históricas, apoyándose en la prueba, verdadera o
supuesta, de una transmisión ininterrumpida de poderes desde una época más o
menos alejada. Ahora bien, es preciso confesar que, desde este punto de vista,
sería fácil encontrar algunas irregularidades en el origen de todos los Ritos
practicados actualmente. Nosotros pensamos que todo ello dista mucho de tener la
importancia que algunos, por razones diversas, han querido atribuirle, y que la
verdadera regularidad reside esencialmente en la ortodoxia masónica, y que esta
ortodoxia consiste ante todo en seguir fielmente la Tradición, en conservar con
cuidado los símbolos y las formas rituales que expresan esta Tradición y que son
como su ropaje, y en rechazar toda innovación sospechosa de modernidad. Y es a
propósito que empleamos aquí la palabra modernidad, para designar esta tendencia
demasiado difundida que, en Masonería como en todas partes, se caracteriza por
el abuso de la crítica, el rechazo del simbolismo y la negación de todo aquello
que constituye la Ciencia esotérica y tradicional.
No obstante,
no queremos decir con ello, que la Masonería, para ser ortodoxa, deba ceñirse a
un formalismo estrecho, en que lo ritual deba ser algo absolutamente inflexible,
dentro de lo cual no se pueda añadir ni suprimir nada sin hacerse acreedor de
algún tipo de sacrilegio; esto sería dar muestra de un dogmatismo que resulta
del todo extraño e incluso contrario al espíritu masónico. La Tradición no
excluye de ningún modo la evolución ni el progreso, los rituales pueden y deben
ser modificados todas las veces que sea necesario para adaptarse a las
condiciones variables del tiempo y del lugar pero, bien entendido, únicamente en
la medida en que estas modificaciones no afecten a ningún aspecto esencial. El
cambio en los detalles del ritual importa poco siempre y cuando la enseñanza
iniciática que se desprenda de ellos no sufra ninguna alteración; y la
multiplicidad de Ritos no tendría graves inconvenientes, quizá incluso tendría
ciertas ventajas, si desgraciadamente no tuviera demasiado a menudo como
consecuencia, sirviendo de pretexto a enojosas disensiones entre Obediencias
rivales, el comprometer la unidad, si se quiere ideal, pero con todo real, de la
Masonería universal.
Lo lamentable
es, sobre todo, tener que comprobar demasiado a menudo en un gran número de
Masones la ignorancia completa del simbolismo y de su interpretación esotérica,
el abandono de los estudios iniciáticos sin los cuales el rito no es sino un
cúmulo de ceremonias vacías de sentido, como en las religiones exotéricas. En
este sentido hoy en día hay, particularmente en Francia e Italia, negligencias
verdaderamente imperdonables; podemos citar, por ejemplo, aquella que cometen
los Maestros que renuncian a llevar mandil, cuando no obstante, como bien ha
demostrado recientemente el M:. Il:. H:. Dr. Blatin, en un comunicado que debe
estar todavía presente en la memoria de todos los HH.·., es el mandil la
verdadera indumentaria del Masón, mientras que el cordón no es más que su
adorno. Algo más grave todavía es la supresión o la simplificación exagerada de
las pruebas iniciáticas y su reemplazo por el enunciado de fórmulas casi
insignificantes; y, a este propósito, no podemos hacer nada mejor que reproducir
unas líneas que al mismo tiempo nos dan una definición general del simbolismo, y
que consideramos perfectamente exactas: "El simbolismo masónico es la forma
sensible de una síntesis filosófica de orden trascendente o abstracta. Las
concepciones que representan los Símbolos de la Masonería no pueden dar lugar a
ningún tipo de enseñanza dogmática; ellas escapan a las fórmulas concretas del
lenguaje hablado y en absoluto se dejan traducir por palabras. Son, como se dice
muy justamente, los Misterios que se sustraen a la curiosidad del profano, es
decir, las Verdades que el espíritu no puede alcanzar sino después de haber sido
cabalmente preparado. La preparación al entendimiento de los Misterios es
alegóricamente puesta en escena en las iniciaciones masónicas por las pruebas de
los tres grados fundamentales de la Orden. Contrariamente a lo que alguno se ha
imaginado, estas pruebas no tienen en absoluto como objetivo el de hacer
resurgir el coraje o las cualidades morales del recipiendario; ellas figuran una
enseñanza que el pensador deberá discernir, y luego meditar, en el transcurso de
toda su carrera de iniciado".
Vemos en ello
que la ortodoxia masónica, tal y como la hemos definido, se refiere al conjunto
del simbolismo considerado como un todo armónico y completo y no exclusivamente
a este o aquel símbolo en particular, incluso una fórmula como A L.·. G.·. D.·.
G.·. A..·. D.·. U.·., de la que se ha querido a veces hacer una característica
de la Masonería regular, como si ella pudiera por sí misma constituir una
condición necesaria y suficiente de regularidad y cuya supresión, después de
1877, ha sido a menudo reprochada a la Masonería francesa. Aprovecharemos esta
ocasión para protestar enérgicamente contra una campaña todavía más ridícula que
odiosa, si cabe, dirigida desde hace ya algún tiempo contra esta última, en
Francia mismo, en nombre de un pretendido espiritualismo que no tiene razón de
ser en este caso, por ciertas gentes que se revisten de cualidades masónicas más
que dudosas; si estas gentes a quienes no queremos hacer el honor de nombrar,
creen que sus procedimientos asegurarán el triunfo de la pseudo-masonería que
ellos mismos tratan vanamente de lanzar bajo etiquetas diversas, se equivocan
extrañamente.
No queremos
tratar aquí, al menos por el momento, la cuestión del G.·. A.·. D.·. U.·.. Esta
cuestión ha sido, en los últimos números de "La Acacia", objeto de una discusión
muy interesante entre los HH:. Oswald Wirth y Ch. M. Limousin; desgraciadamente,
esta discusión ha sido interrumpida por la muerte de este último, muerte que fue
un duelo para la Masonería entera. Sea como fuere, diremos solamente que el
símbolo del G.·. A.·. D.·. U.·. no es en absoluto la expresión de un dogma, y
que, si se comprende como es debido, puede ser aceptado por todos los Masones,
sin distinción de opiniones filosóficas, pues ello no implica en absoluto el
reconocimiento por su parte de un Dios cualquiera, como se ha creído muy a
menudo. Es lamentable que la Masonería francesa se haya equivocado a este
respecto, pero es justo reconocer que no ha hecho en esto más que compartir un
error bastante general; si se consigue disipar esta confusión, todos los Masones
comprenderán que, en lugar de suprimir al G.·. A.·. D.·. U.·. es preciso, como
dice el H.·. Oswald Wirth, en las conclusiones a las que nos adherimos
plenamente, buscar el hacerse una idea racional, y tratarlo de esta manera como
a todos los demás símbolos iniciáticos.
Esperamos que
llegará un día no muy lejano en que se establecerá el acuerdo definitivo sobre
los principios fundamentales de la Masonería y sobre los aspectos esenciales de
la doctrina tradicional. Todas las ramas de la Masonería universal volverán
entonces a la verdadera ortodoxia, de la cual algunas de ellas se han alejado un
poco, y todas se unirán al fin para trabajar en la realización de la Gran Obra
que es el cumplimiento integral del Progreso en todos los dominios de la
actividad humana.
Publicado
originalmente en La Gnose, París, abril de 1910 firmado por T.
Palingénius. Recopilado en René Guénon, Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le
Compagnonnage II, a título documental.
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